Pido amparo para todos
Balance aterrado de un verano inolvidableQué hacer con las jetas de puerco: lo último de Carvalho
El descubrimiento de que los suecos esterilizaron mujeres -tu quoque, socialdemocratus nordicus?-, y de que EE UU hizo experimentos radiactivos con negros, esquimales y deficientes, no es más que el aperitivo de un otoño-invierno lo bastante duro como se propague la moda de pedir amparo intensivamente: a la Unión Europea, al Poder Judicial, a la Virgen de Fátima o a la Teletienda. Una vez leída esta crónica , que es la última, también ustedes podrán ponerse a barruntar sobre cómo, a quién, dónde, según, so, sobre, tras, buscar amparo. Personalmente, me conformo con una lobotomía que arranque de mi mente la memoria de unos cuantos personajes y acontecimientos que han hecho de éste un verano inolvidable.Pido amparo contra la cara de hucha de Paquirrín Rivera Pantoja; los bañadores amarillos de Dodi de Arabia y la gracia de grulla con móvil telefónico de Lady Di; contra la imagen aterradora de Luis Alfonso de Borbón, fotografiado sobre un fondo de bandera francesa legitimista con sagrado corazón y cruz incluidos, en la orgía piadoso-carca-juvenil convocada en París por Juanpa el Irrepetible. Pido amparo contra la presencia en los cuartos de comunicación de hombres como José María González de Caldas y Fernando Fernández-Tapia, y contra la mera existencia, en todas las estaciones del año, de La Cosa y de su corte de acólitos, famosejos, gorrones y periodista, y, a menudo, de los tres géneros en uno. Pido amparo contra la invasión de deportistas, aunque en este capítulo lamento que no dispongamos de una infanta sobrante para ver si, por fin, a Santos, El Hijo del Enmascarado, le toca algo: la lucha libre mexicana se ve muy marginada en el aspecto casorios. Pido amparo con objeto de que me permitan borrar de mi memoria a Rappel en tanga, a María del Monte en Getsemaní y a Netanyahu hecho un deuteronomio de mar, en bañador, en las playas de Cesarea. Quiero olvidar este mes de agosto, y olvidar la que nos espera en el II Año Triunfal de Lacoste Forever.
Pero como, en lo hondo, soy más positiva que Verónica Forqué, he decidido plantar cara a la adversidad valiéndome de la más vieja de las recomendaciones, que es gozar de los placeres inmediatos y permitidos mientras nos quede tiempo para ello. Y, consecuentemente -que diría el viejo Nicolás Sartorius-, me he dirigido a la casa ampurdanesa de Manuel Vázquez Montalbán con el doble propósito de gozar de su poesía y de sus habilidades culinarias. Manolo y su mujer, Anna Sallés -y su hijo Daniel, cineasta-, son grandes anfitriones, y pocas cosas hay mejores que olvidar a la basca pútrida comiendo y bebiendo a su costa.
Para que vean que no me importa compartir, voy a hacerles a ustedes un par de favores. El primero, dos versos de su Ciudad, libro de poemas editado simultáneamente por Visor, en España, y Frassinelli, en Italia: "Hay que pasar por la ciudad geométrica / donde la compasión será o fue de carne". Me pongo de rodillas, y lo hago también ante las galtes de porc, o carrillos de cerdo, que ofreció a sus invitados, perfumados e inolvidables. Ahí va la receta, con permiso de Manolo y de Carvalho:
Se deshuesan los carrillos (uno por persona), que quedarán convertidos en una especie de libritos. Se rellenan con una lonja de jamón serrano y dos hojitas de salvia fresca, cosiendo cada pieza con tres palillos. En una cazuela, se cuecen con caldo de huesos, cebolla, un poquito de salvia -no pasarse, porque da mucho sabor-, y se le añade cava. Se deja hacer chup-chup, y cuando están tiernos (se cuecen con bastante rapidez) se retiran y se colocan en una fuente que conserve el calor. Se pasa el sofrito por el chino y se deja que reduzca al fuego, hasta formar una salsa consistente que, finalmente, se vierte encima de las galtes de cerdo. Este delicioso plato se sirve con frijoles verdes (fessolets) cocidos y rehogados con butifarra de perol picada y jamón en picadillo, añadiéndole un poco de agua y, al final, algo de salsa de las jetas porcinas.
Ah, faltan 34 días para que ellos coman perdices. Entretanto, sean ustedes felices, y olviden las burradas que he tenido que contarles.
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