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TOUR DE FRANCIA 97

UlIrich aún no es Induráin

El entrenador privado del ciclista descubre las fortalezas y debilidades del prodigio alemán

Carlos Arribas

"Induráin era un personaje especial. Y nosotros sabemos lo que UlIrich puede hacer. Y es posible que sea el nuevo Induráin. Sería estupendo, pero por ahora es otra cosa". Peter Becker, un alemán cincuentón, moreno, afable y regordete, sonríe en su sofá. Es el entrenador personal de Jan Ullrich, a quien conoce desde que hace 10 años el nuevo prodigio del ciclismo ingresó en la escuela deportiva de Rostock, uno de los establecimientos del sistema de fabricación de medallas de Alemania del Este. Pese a la entrada de UlIrich en el Telekom, el ciclista nunca renunció a un técnico al que siguió hasta Hamburgo cuando el muro cayó y Becker tuvo que establecerse en solitario. No es una situación extraña. Riis también tiene su propio preparador, el italiano Cechini. El equipo sólo les pide a todos que pasen regularmente exámenes médicos y pruebas de esfuerzo en la Universidad de Friburgo.Becker, titulado en Educación Física por la Universidad de Leipzig, no recibe sueldo del equipo. "No tienen dinero para pagarme", dice en broma. Es Ullriich quien le mantiene, pagándole también los viajes, como el que hizo el viernes al Tour. Allí, en Saint Etienne, Becker aprovechó para hablar de su sorprendente pupilo, del hombre que, supone, dirigirá la revolución del ciclismo del cambio de siglo.

Empieza con los defectos, con las aristas del diamante en bruto, de la fuerza de la naturaleza, que aún no ha podido pulir en los muchos años que lleva trabajando con él con un objetivo único: demostrar que los corredores de la escuela del Este -Ludwig, Ampler y compañía-, a los que se les prohibió en sus mejores años competir con los profesionales occidentales, eran tan buenos como éstos. Todos sus entrenamientos durante años respondían a un solo plan. Todas las novedades de los últimos años en occidente -gimnasio, pesas, pulsómetros...- ya los utilizaban antes allí. "Era un sistema tan bueno, que mira que atletas han salido", dice.

El primer defecto, el que sufren todos los rodadores que se transforman en escaladores: la tendencia a engordar. "Si no se vigila, a la menor engorda", dice Becket, "pero lo contrarresta porque tiene la misma facilidad para adelgazar". Ullrich, que mide 1,83 metros, ha llegado al Tour con 73 kilos y un 5% de grasa. Un segundo defecto va ligado a su edad, a sus 23 años: "Es muy joven y hay que tener mucho cuidado con él". Esa juventud se refleja no sólo en su inexperiencia en las grandes carreras, también alimentada por su forma de enfrentarse a ellas, sino en su tendencia a olvidar su oficio. Becker le despierta para que se levante a entrenar, le vigila la alimentación, le centra en su trabajo.

La otra debilidad de Ullrich, según Becker, es la montaña, aunque suene extraño después de sus exhibiciones. "No es un escalador nato, sino un reciclado", dice Becker. "No puede mover grandes desarrollos con agilidad. Tiene que subir con el plato pequeño y basarlo todo en la fuerza, como si las ascensiones fueran contrarrelojs".

Cuando mueve en la montaña el plato del 41 -incluso más bajo que otros no escaladores, que prefieren el 42-, o el 54 en el llano, Ullrich, que en reposo tiene 35-36 pulsaciones por minuto, puede alcanzar las 192. Su capacidad pulmonar es de 6,5 litros. Ésas son sus fortalezas. Un impresionante poderío físico acompañado de una gran cabeza. El año pasado sobrepasó sus topes: "Por los tests que le habíamos hecho calculábamos que podía quedar entre los 20 primeros, nunca el segundo".

- ¿Y los tests de este año qué decían?

Becker, afable, sonriente, hace un gesto de no saber: "Después del Tour os lo diré".

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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