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TOUR DE FRANCIA 97

El gran ciclismo se apodera del Tour

Virenque culmina con victoria el ataque devastador del Festina- Ullrich resiste después de desfallecer,gracias al sacrificio de Riis- Escartín termina tercero- Continúa la agonía de Olano

Carlos Arribas

Agotados y exhaustos, los héroes de la bicicleta decidieron exprimirse un día más y regalar al mundo la etapa soñada, un día de gran ciclismo, sobre los interminables puertos de los Alpes. El Glandon, la Madeleine, nombres hechos míticos por, las hazañas y epopeyas de todas las generaciones del ciclismo, contribuyeron de nuevo a la leyenda inagotable. El Tour ,Continúa siendo una fábrica de mitos. En los sólo 148 kilómetros corridos el 20 julio de 1997, apunten la fecha, los héroes ya no se llamaban Coppi y Bartali, Merckx y Ocaña, Anquetil y Poulidor, o Hi nault y Fignon. Fue también ciclismo a la antigua, sin calculado ras, pero los nuevos campeones se llaman Virenque y Riis, Ullrich y Escartín, Festina y Telekom. Y una etapa de ciclismo a la antigua reclama de ataques y contraataques, de desfallecimientos espectáculares y de recuperaciones milagrosas, de pasear todo el día al borde del KO técnico y nunca rendirse. De ganadores a la antigua, como lo fue, Virenque; de líderes imponentes aunque cometan errores, como lo fue Ullrich; de atletas buscando alcanzar su sueño, como lo hizo Escartín; de antiguos reyes que ayudan al joven príncipe a manejar el reino, como hizo Riis; de luchadores que resisten la hemorragia de fuerzas en permanente agonía, como lo hizo, como lo siguió haciendo, Olano.Todo comenzó en frío, en el Glandou (21,9 kilómetros de longitud, 5,2% de pendiente media), el puerto más largo, que se comenzó a ascender nada más salir de Bourg d'Oisans, en el kilómetro 14. El Festina salió esta vez cargado con munición de verdad. Virenque no admitiría terminar segundo sin intentar una vez más derribar al líder. Tenía ocho hombres con él. Nada de ataques a base de impulsos, nada de escapadas tontas. Ocho corredores -Stephens, Dufaux, Hervé, Rous, Bortolami, Moreau, Brochard y Laukka- que imprimieron un ritmo de locos en las tendidas rampas, un falso llano interminable. El pelotón notó enseguida los efectos. La ruptura fue instantánea. Detrás, los habituales y algún extraño: Riis. El primer objetivo estaba camino de hacerse realidad: Ullrich ascendió solo al ritmo marcado por sus enemigos. Medio Telekom se esforzó por hacer que Riis enlazara -debía ser el hombre fundamental del día y no podía quedarse atrás- y lo consiguió. Pero cuando todos creían que el peligro había pasado, llegó el momento de magia del día. Para cumplir con el paso reglamentario de la montaña, los festina esprintaron. Cuatro se adelantaron: Virenque, Brochard, Hervé y Dufaux. Sólo Casagrande se les unió. Cruzaron la pancarta con un par de segundos. Pero, la emboscada, no se detuvieron en la cima a esperar que se reagruparan todos. Se lanzaron cuesta abajo como posesos. Y allí llegó el momento en que Ullrich vio todo tambalearse. Nervioso, con prisa por no dejarles irse, el líder se lanzó sólo en su persecución. Se lanzó kamikaze y en la segunda curva bordeó, físicamente, el precipicio. La rueda trasera se quedó un instante girando en el aire. A medio centímetro de la catástrofe. Volvió a la carretera, pero solo, cortado. Los festinas y Casagrande le sacaban ya 22 segundos; a 44 segundos por detrás venían los suyos. Y en vez de esperar, continuó suicidándose: se exhibió bajando con los muslos sobre la barra, la barbilla casi en la horquilla. Pero la distancia -por delante y por detrás- seguía aumentando. Estaba desgastándose, solo contra el Viento, en tierra de nadie. 15 kilómetros estuvo así. Pero se vio forzado a esperar a los suyos y eso le salvó la vida.

El segundo capítulo fue el de la guerra de desgaste: el que antes ce diera tenía todo perdido. La ven taja numérica favorecía a los ata cantes: tres con Virenque y sólo uno con Ullrich. Pero ese uno era Riis. El danés destronado aceleró en la primera rampa. Sólo pudie ron seguirle Ullrich, Jiménez y Escartín. Mientras, los de Virenque se iban rindiendo. A mitad de la subida, Virenque se quedó solo. La guerra de desgaste ha terminado. Virenque se rinde. A 32 kilómetros, consciente de su soledad impotente, se deja coger.

Tercer capítulo, el del honor: ¿quién ganará la etapa? Las fuerzas se han acabado. Quedan en cabeza cinco hombres agotados: Riis y Ullrich, Virenque y Dufaux, que también enlazó en el descenso, y Escartín. Virenque habla con Riis y Ullrich: quiere ganar la etapa. Llegan a un acuerdo. Sólo se trata de neutralizar a Escartín y de, a cambio, conducir a Riis hasta el podio. La última subida hasta meta (Courchevel, 21,1 kilómetros, 6,3%) la hacen los corredores con el típico lema: tengo un plan pero no tengo piernas. Las rampas suaves parecen lo más duro del Alpe d'Huez. Escartín, el hombre que nunca cede, intenta varias veces atacar, pero entre Riis y Ullrich le neutralizan. Más que ataques son amagos, una forma de pedir permiso. Pero está condenado. Riis acelera para descolgarle, no lo logra. Virenque se va con fuerza una vez, Ullrich se va con él, pero se queda Riis. Nuevamente se dejan alcanzar. Finalmente Riis habla con Ullrich y le dice que adelante. Se van Virenque y Ullrich, los menos débiles. Virenque gana sin que Ullrich le dispute el triunfo.

Entre Escartín y Olano se había entablado, además, un duelo a distancia: la lucha por ser el primer español en la general. En la meta, el aragonés sólo le aventajó en 3.03m. Eso sí, también llegó destrozado. Como todos.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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