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Kevin Livingston

Un joven corredor norteamericano descubre el Tour huérfano de Armstrong

Carlos Arribas

-Doctor Livingston, supongo.Evidentemente, no somos originales. Kevin Livingston, el menudo ciclista norteamericano del Cofidis, suelta una sonrisa de compromiso acompañada de un gesto de cansancio, como diciendo, no, otra vez, no.

-Ya me han entrado con ese tópico unas cuantas veces en la vida.

Livingston, un chaval nacido en Saint Louis (Misuri) el 24 de mayo de 1973, es el sujeto ideal para la sección de los perdidos, aunque nunca haya estado en el frica tropical descubriendo las cataratas Victoria. No es un anónimo total, por lo menos en España -ganó una etapa de la Vuelta a Galicia el año pasado-, pero sí un joven lo suficientemente, exótico como para llamar la atención. Extraño es que sea ciclista profesional habiendo nacido y crecido en Estados Unidos. "Es un país en el que hay muchos clubes aficionados, pero en el que el ciclismo profesional se limita a critériums". O sea, que para salir de ese camino trillado hay que tener, por lo menos, cierto espíritu de aventurero. Mirar al mundo sin legañas en los ojos.

Típicamente americano. Salir a andar en bici con el hermano mayor. Soñar viendo por la tele a Delgado, LeMond o Theunisse, el conquistador de la montaña, el sueño americano llevado a cabo y el héroe excéntrico, respectivamente. "Fueron mis ídolos cuando a los 15 o 16 años me veía todas las etapas del Tour que podía". Y luego, heredar la vieja Raleigh del hermano mayor, caer en gracia al entrenador del club amateur y pensar, ya en seno, en recorrer los mismos caminos empinados que sus perico o theunisse del alma. Un objetivo alcanzado el año pasado cuando corrió la Vuelta con el Motorola. "Subimos el Tourmalet y Luz Ardiden", recuerda. "No está mal, ¿no? Yo creo que soy un escalador. Tampoco tengo cuerpo para otra cosa".

Otro punto de lógica dentro del exotismo: Livingston descubre el Tour este año a las órdenes de Cyrille Guimard, el director francés que descubrió a LeMond. Eso no quiere decir, evidentemente, que sea el niño mimado ni una apuesta personal del sanguíneo director francés, más bien lo contrario. El joven norteamericano enseguida hizo clan con Rominger, el otro poder dentro del Cofidis, el lado antifrancés del equipo. Después de hacerse corredor y crecer como ciclista en una estructura de libertad y responsabilidad individual, como son los equipos americanos, el choque con el tradicionalismo y conservadurismo franceses debió de ser fuerte. En Rominger encontró el punto de desafío, de rebeldía, necesario para sobrevivir.

"Cuando desapareció el Motorola, Armstrong fichó por Guimard y me trajo con él". Desgraciadamente, su protector nunca apareció por el equipo. Un cáncer le tiene momentáneamente apartado de las carreteras. "Fue un golpe duro, y no sé si Lance volverá a correr, pero lo importante es que está recuperando la salud". Huérfano de Armstrong, sin Rominger, eliminado por la clavícula, ¿qué puede hacer Livingston este Tour? "Nada, tendré un poco más de libertad. A ver si puedo pasar la montaña entre los 20 primeros y dejarme ver al final".

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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