Congreso
Entre Jospin y Blair, los socialistas europeos deshojan el trébol en busca de una tercera hoja que de momento no existe. Blair es como es porque Margaret Thatcher le hizo así y el Labour Party ha tenido que rehacerse sobre las ruinas de la cultura de la izquierda tras la destrucción conservadora. Jospin ha ganado bajo presión popular, a la espera de que los socialistas saquen a la sociedad francesa de la edad de la incertidumbre tan sagazmente nominada y ofrecida por la derecha. La izquierda se ha instalado en la incertidumbre, presume de incertidumbre después de tanta certeza. La derecha jamás se ha instalado en la incertidumbre y sus mesías actuales están tan seguros de sí mismos que ya han sancionado el éxito de Blair y el fracaso de Jospin. No olvidemos que Blair es hijo indirecto de la Thatcher, y Jospin, de la rebelión de las masas, y a los mesías neoliberales el mercado, es decir, la opinión de las masas, se la refanfinfla.Los socialistas españoles afrontaban su congreso desde una decepcionante despreocupación por rehacer su discurso. Sólo parecía interesarles rehacer el aparato y una oferta electoral que herede las consecuencias del deterioro del PP. No se trataba sólo de un fruto de la razón pragmática, sino también de la pobreza profética del intelectual orgánico colectivo, y utilizo profecía como la necesidad de tener un proyecto más allá de la inmediata aritmética electoral. Sólo faltaba que Felipe González montara el número de la dimisión para que todo un congreso representativo de la mayoría de la izquierda electoral española se convirtiera en una mera subasta de sucesiones o transiciones, regalando al PP el alivio de quedarse sin oposición hasta el año 2000. Con González o sin González, el problema de fondo sigue intocado. Entre Blair y Jospin, el proyecto socialista sólo puede elegir entre el social-liberalismo liberalizado o el social-liberalismo socializado.
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