_
_
_
_
_
ULTIMA JORNADA DE LIGA

El Rayo repite promoción

El Barça se encuentra la victoria

Al Rayo le toca esperar. No sabrá si se queda o no en Primera hasta dentro de una semana, cuando pelee con el Mallorca en la promoción. O sea, repite suerte. Hace un año, se vio metido en el mismo todo o nada y frente al mismo adversario. Ayer, pudo y hasta mereció ganar al Barcelona, algo que le habría dejado totalmente a salvo. Pero perdió, en parte porque lo que le sobró de corazón le faltó de puntería. El Barça, desarmado y desmotivado, cerró su Liga de mala manera. Con tres puntos, pero sin hacer nada.El Rayo vivió el partido con el susto en la camiseta. Temeroso de Segunda, de las noticias que fue contando la radio y de su propio resultado. Por ahí, la jornada le empezó de la peor forma. El Celta abría la tarde con goles y Stoichkov ponía un nudo en la garganta con un tanto de falta. El cierre de la Liga se descorchaba mal para los de Vallecas.

Las necesidades del Rayo y la tranquilidad del Barça desataron un cambio de papeles tan lógico como costoso de ver. Era el equipo pequeño, el Rayo, el que más hacía por atacar, por manejar el ritmo en su beneficio y por apoderarse de la situación. Era el grande, en cambio, el que retrocedía hacia atrás, el que exponía lo justo y el que jugaba a que el partido se le pusiera por sí solo con viento a favor. Sólo el Rayo tenía algo que ganar o que perder en la reunión y eso se notó en cada lance, ya estuviera el balón dividido, en las botas propias o en las ajenas. A menor calidad, el Rayo decidió buscar la victoria por la vía de la determinación, las ganas y la fe.

Con la voluntad por bandera, el Rayo arrinconó al Barcelona junto a su portería. Robson, con desesperados gestos del banquillo, trataba de que sus chicos se fueran hacia adelante, pero el Rayo, a empujones, los obligaba a permanecer refugiados en torno a su portero. Sólo en contadas contras se veía algo del Barcelona verdadero. Sin demasiada ortodoxia, sin asomo de calidad, el Rayo fue fabricándose ocasiones, todas con un elemento común: el remate final de Klimowicz. El argentino probó suerte con la cabeza y se dio de bruces con Busquets. Lo intentó con la izquierda y le faltó puntería. Cambió a la derecha y le salió un tirito flojo. Finalmente, con el segundero a punto de ordenar descanso, YIimowicz vio puerta. Bastó con empujar un servicio, medio gol, de Guilherme.

Tal vez reanimado por el tanto de Klimowicz, uno de esos puñetazos sobre el rival que el tópico bautiza como psicológicos, fue otro Rayo el que entró en la segunda parte. Más convencido de que la salvación directa era posible. Y así, crecido y entregado a la causa, hurgó con insistencia en la desmotivación azulgrana. Busquets acumuló trabajo. Y el peligro dejó de proceder en exclusiva de un solo apellido. Guilherme, Ezequiel, Cota... La lista de francotiradores se multiplicó.

Riazor puso algo de relajación en el ánimo rayista (el Deportivo enterraba en Segunda al Extremadura), pero hacía falta quitarse de en medio la promoción. El Celta ya no contaba. Pero sí el Oviedo, que seguía a cero en El Molinón. La permanencia estaba a tiro de un simple gol, que rondó por Vallecas con reiteración. Hasta Popescu colaboró con una cesión comprometida: Busquets, sobre la misma línea de gol, pegó un salto, bajó el balón con el pecho y lo despejó con el pie. Como si nada.

Busquets no quería perder y el Rayo no sabía como ganar. Así, en uno de los únicos contraataques serios del Barça, Figo profundizó sobre Roger, que, tal vez para culminar una tarde del todo antinatural, marcó con la derecha. Y condenó al Rayo, de paso, a jugarse otra vez la vida ante el Mallorca. Como el año pasado.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_