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El ascenso del populista Manning como líder de la oposición rompe la moderación de la política de Canadá

ENVIADO ESPECIALPreston Manning acababa muchos de sus mítines saliendo al escenario con una escoba, y sus seguidores -"¡Preston! ¡Preston! ¡Preston!"- se enardecían ante el símbolo del líder dispuesto a barrer a los burócratas de Ottawa y a los separatistas de Quebec. El fundador y dirigente del Partido de la Reforma, que desangró a los conservadores en 1993 y que se ha convertido en el líder de la oposición en el Parlamento de Canadá, consiguió que los otros cuatro candidatos le calificaran en la campaña de intolerante y de demagogo que explota el descontento de los electores. Su respuesta: soy el único conservador auténtico y el único líder de Canadá capaz de enfrentarse al separatismo.

Por ahora, Manning, de 54 años, ha sido capaz de ocupar el centro de la escena en la política canadiense. Heredero de la antigua tradición populista del oeste del país e inspirado en la revolución conservadora de Newt Gingrich, el jefe de la Reforma ha impuesto la agenda electoral: lo que el liberal y actual primer ministro Jean Chrétien quería que fuera un balance del éxito de su política de sacrificios para salir de la crisis se ha convertido en un debate sobre la unidad nacional, porque Manning ha dicho en voz alta lo que muchos anglófonos no se atreven a expresar: que están hartos de que Quebec consiga un tratamiento especial gracias al chantaje permanente de la independencia y que ya es hora de que el primer ministro no sea un quebequés.

Chrétien, ganador

Por el momento, y a falta de precisar el recuento de los 301 escaños puestos ayer en juego (las diferencias horarias dentro de Canadá impedían tener una primera estimación clara antes de las cinco de la madrugada, hora peninsular española), el primer ministro seguirá siendo un quebequés, Chrétien, con mayoría absoluta si le salen bien las cuentas, algo apuradas al final. Pero es prácticamente seguro que el líder de la oposición será Manning, y eso va a introducir cambios de alcance imprevisible.

Roto el tabú de los paños calientes con Quebec y destrozado de paso el "estilo político canadiense" con una publicidad y una demagogia que han hecho a algunos comentaristas reflexionar sobre la perniciosa influencia de las campañas electorales de EEUU, Manning ha puesto su retórica al servicio de los airados: es el portavoz de los habitantes de Alberta que se quejan de que el Gobierno federal les roba el petróleo para pagar el déficit, se ha convertido en un héroe para los que creen que las leyes de control de armas facilitan la delincuencia y ha asumido las demandas de expulsión de ilegales y de limitación de la inmigración. Quiere que el Estado se reduzca a la mínima expresión y propone reducir los impuestos y privatizar la televisión pública, el correo y el ferrocarril.

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Manning ha sido sensible a las críticas sobre su agresividad y asegura que lucha "contra el separatismo, no contra los habitantes de Quebec". Pero con Manning al frente de la oposición, el separatismo encontrará un precioso balón de oxígeno. Después de haber rozado éÍ triunfo en el reférendum de 1995, el Bloque Quebequés ha perdido apoyos por su mala gestión de la crisis económica. Según Lá Presse, si hubiera un nuevo referéndum, el 59% de los quebequeses votaría en contra.

Manning es el hombre que polariza los sentimientos. Para Pablo Rodríguez, presidente del Comité de Comunicación del Partido Liberal, es un extremista peligroso: "Lo que el Partido de la Refoma intenta es dirigir el voto del oeste contra Quebec y polarizar la situación. Me da mucho miedo que haya una oposición así, intolerante y muchas veces racista. Es algo que no corresponde a los valores, tradicionales de los canadienses".

Pero fuera de Quebee, de Ontario y de Ottawa, las cosas se ven distintas. En opinión de Diane Francis, del diario The Financial Post, "Preston Manning es el primer líder nacional con arrestos para decir ¡basta! Habla en nombre de los canadienses hartos de las supuestas agresiones de las que se quejan los separatistas". La irritación sorda contra el separatismo es real en buena parte del Canadá anglófono, y el desprestigio de la clase política es terreno abonado para el populismo, que ha sabido alterar la apatía de la mayor parte de los electores.

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