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ELECCIONES LEGISLATIVAS EN FRANCIA

Philippe Séguin, primer ministro en la reserva

Sus carcajadas son tan temidas como sus cóleras, que la prensa califica de "jupiterinas". Quien mejor le ha definido es su gran enemigo, Alain Juppé, que ha dicho que "Séguin antes que nada es séguinista". En efecto, el último presidente de la Asamblea Nacional francesa, a sus 54 años, es un hombre que sólo confía en sí mismo. En 1993, sus electores de Epinal, de la que es alcalde desde 1983, le preguntaron si iba a ser primer ministro. "Aún no", respondió sonriente. Hoy ya no dice eso, sino que "los diputados de lo Vosgos, cuando han tomado parte en la política nacional, nunca lo han hecho como figurantes".¿Quiere decir eso que ahora si se postula para ocupar la plaza de detestado -por él y por la mayoría de los franceses- Alain Juppé? "Tengo tres opciones ante mí presidir la Asamblea, un simple escaño o ... Matignon [residencia del primer ministro]. Pero so quien menos piensa en ello", dice.

Philippe Séguin, nacido en Túnez, huerfáno de padre cuando aún era un niño, extranjero en su país y un poco en su casa, es un hombre que va por libre. Durante años ha encarnado la "dimensión social" del gaullismo. Era él quien denunciaba la "desviación derechista" de Juppé en 1989 mientras éste se preguntaba: "¿Por qué el señor Séguin no se sienta en los bancos de la oposición socialista?". En ese momento, Séguin tenía extraños aliados, de Michel Noir a Charles Pasqua, y disparaba contra el tecnócrata Juppé con la intención de dar en Jacques Chirac. "Juppé sólo es el fusible", decía.

Oposición a Maastricht

1992 fue un año mágico para este caballero de párpado pesado. Lideró el movimiento de quienes se oponían al tratado de Maastricht -"un Múnich social", dijo- y protagonizó un buen debate con Mitterrand. Juppé y Chirac habían apostado por el pasteleo europeo y Séguin capitalizó el descontento de la mitad del país, un capital, enorme, pero con el que nunca podría soñar con llegar a Matignon.A lo largo de esta campaña, Séguin sólo ha hablado bien de sí mismo. De Juppé ha dicho que sus "explicaciones no han contribuido a clarificar las cosas". De Chirac sólo ha constatado que hasta ahora había "presidentes que arbitraban". En fin, dos ineptos a los que él, el antimaastrichtiano, les ha arrebatado el discurso proeuropeo. "Europa es una llave que no se ha utilizado o de la que nos hemos servido mal. De nada sirve reclamar un nuevo referéndum sobre el Tratado. Está votado y ratificado. La moneda única puede ser un arma, pero dentro de un sistema bancario distinto, que tenga por objetivo el empleo y el crecimiento. Europa será social o no será".

Todo el mundo creía que Séguin sería primer ministro después de que el impopular Juppé hubiese pasado el examen de los criterios de convergencia. Ahora, con la amenaza de malos resultados electorales, la enorme figura de Séguin crece mientras se achica la de su rival.

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