Periodistas
Se calcula que, en acontecimientos futbolísticos como el de hoy, alrededor de un centenar de periodistas deportivos se afanan en calentar el partido del Camp Nou. Pero diariamente, sin cesar, con o sin acontecimiento extraordinario, alrededor de cien periodistas políticos destinan su esfuerzo profesional a calentar partidos y campamentos.Visto de cerca, y cuanto más microscópicamente mejor, la labor parece justificada, pero, apenas se distancia un poco la visión, el trajín se revela como un perverso bullicio que se retroalimenta de su ruido o una falla que se chamusca con sus peores soflamas. A menudo, demasiado a menudo, el tono de las polémicas supera tanto al contenido de lo que se discute que lo decisivo viene siendo menos el objeto del que se habla que el habla gorda como objeto en sí.
Así se llega a una superproducción de comentarios y comentaristas que, más allá de alimentarse con asuntos de interés público, se nutren con la pitanza de sus contrincantes. Llega la reyerta al punto de que la merienda de negros se hace efectivamente tenebrosa y cualquier progreso posible se sustituye por el mero retorno al canibalismo elemental. De este modo pasan los días, desde hace mil, sin que parezca tener fin dominio de la crispación. Masa tumor que crece como lo hacen las células cancerosas: sin destino productivo, lanzadas a la fatalidad de autorreproducirse sin beneficio para la sociedad ni para los protagonistas, cada vez más víctimas que agentes, más atados al proceso que dueños de él.
El lector, el radioyente, asiste a esta situación consciente de su naturaleza achicharrante. Pero también muchos periodistas sentimos que, en tanta hoguera vanidosa, se nos queman hermosos compañeros y va carbonizándose, de paso, la felicidad de la profesión.