Un jurista contra el divorcio, el aborto y la homosexualidad
Jesús Cardenal ha llegado como caído del cielo. En plena tormenta, con chuzos de punta afilada incluidos, aterriza en la Fiscalía General del Estado un alma educada, disciplinada, obediente y muy conservadora. Juan Ortiz Úrculo entrega a Jesús Cardenal Fernández, hasta ahora fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, un territorio donde el desorden y la rebelión han consagrado una situación de crisis de difícil solución en la Audiencia Nacional. Cardenal, de 67 años, casado y con seis hijos, miembro del Opus Dei, ha sido elegido por el Gobierno para pilotar ahora el arca de Noé mientras escampa el diluvio con forma de toga.Nacido el 20 de febrero de -1930 en la localidad vallisoletana de Pesquera de Duero, famosa por sus excelentes bodegas, Jesús Cardenal cursó estudios religiosos antes de ingresar en la facultad de Derecho de Valladolid. Nunca ha ocultado su condición de miembro supernumerario del Opus Dei, aunque tampoco hace ostentación de ello. Ingresó en la carrera fiscal en 1958 y un año después fue nombrado fiscal de la Audiencia Territorial de Bilbao. Fue profesor de Derecho Civil en la Facultad de Económicas de la Universidad del País, Vasco.
Cardenal practica los fines de semana la pelota mano y prefiere la discreción en su trabajo y en su vida privada a la parafernalia de los denominados jueces estrellas. También huye de la seducción a la presión mediática. Sin embargo, le gusta dar sus opiniones -muy escoradas hacia tendencias conservadoras- en las memorias de la fiscalía vasca.
No a los anticonceptivos
Precisamente la memoria Fiscal del alto tribunal vasco de 1994 le catapultó a los titulares. Entre las apreciaciones acuñadas por Cardenal destacaban su furibundo ataque al divorcio, al aborto, al reconocimiento de las parejas de hecho, así como su crítica a la protección legal y a la difusión desde la Administración de medios anticonceptivos.
Entre las perlas recogidas en esa memoria de su puño y letra una idea heló la sangre de buena parte de la ciudadanía: "El clima de pluralismo sólo beneficia (sobre todo por la acción de algunos grupos intelectuales en diarios, revistas, radio, teatro, cine y televisión) a los extremos viciosos o a la media mediocre".
Cardenal cree fervientemente en lo que él califica como ley natural moral", y considera hijos de ese pluralismo nocivo la introducción de leyes como "el divorcio, el reconocimiento de las parejas homosexuales, la demandada posibilidad de que éstos puedan adoptar a menores, la despenalización y, en un futuro próximo, ampliación del aborto, la protección oficial a la difusión de anticonceptivos, la libre circulación de la industria pornográfica y otras del mismo calibre".
El recién nombrado fiscal del Estado defendía que estos comportamientos, leyes y reivindicaciones habían sido asumidos por la sociedad "como consecuencia del pluralismo y la libertad".
Entre tanta desorientación moral y desde el oráculo de su memoria fiscal, Cardenal pretendía poner un poco de orden y subrayaba que las cosas irían por otros derroteros "si esas leyes o permisiones fueran vistas como lo que son: un descenso del nivel ético de la sociedad". Sin citar ningún momento histórico concreto, el Fiscal jefe mostró su pesar porque los comportamientos "auténticamente honrados" hayan pasado a ser "inservibles restos de un pasado que ya está muerto".
Como era de esperar, el texto levantó ampollas entre las feministas, los homosexuales y los sectores progresistas de la judicatura y la política vascas. Estos entendieron que sus reflexiones "destilaban conservadurismo" y que eran una muestra clara de integrismo "inadmisible" en una sociedad moderna como la española. Ayer mismo, la Asociación Jueces para la Democracia desempolvaba el texto y lo usaba como argumento para mostrar su escepticismo ante un nombramiento que desde algunas esferas se ve oscuro, como los trajes que suele vestir Cardenal.
Gran penalista y destacado procesalista -antiguos compañeros suyos en la fiscalía de Bilbao aseguran que tiene "una intuición especial para las causas penales"-, a finales de 1980 ya compaginaba el cargo de teniente fiscal de la Audiencia vizcaína con el de presidente del Tribunal Tutelar de Menores. Seis años después, Cardenal era nombrado fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco. Durante estos años, ha actuado como dedo acusador en juicios de gran trascendencia en Euskadi, como el caso por torturas a Tomas Linaza (1990), el del asesinato del dirigente abertzale Santiago Brouard (1993) o el proceso contra los mediadores en el secuestro de Emiliano Revilla (1994).
En el caso Linaza su criterio recibió un severo correctivo. La Audiencia de Bilbao condenó a nueve guardias civiles, pero Cardenal sólo había ejercido la acusación pública contra dos de ellos. Durante el proceso por el asesinato de Brouard evidenció también falta de reflejos en alguna fase de los interrogatorios, pero sus colaboradores subrayan su preparación y su "gran cualificación profesional".
Un hombre de consenso
La especial atención de Cardenal por proteger y respetar al máximo los derechos fundamentales de los ciudadanos le ha retraído durante muchos años a la hora de jugar un papel activo en la persecución de delitos como la apología del terrorismo o las amenazas del entorno político de ETA. Esta tendencia se invirtió en los últimos años cuando los diferentes fiscales del Estado, ante la ofensiva verbal del mundo radical, engrasaron la maquinaria del ministerio fiscal vasco.
Aunque todo el mundo reconoce que Cardenal no es un hombre de carácter -"no es de las personas que gritan y funcionan a machamartillo"- sus estrechos colaboradores en Bilbao destacan su capacidad para "buscar soluciones de consenso", para escuchar, y su actitud tolerante. Pero a nadie se le escapa que la situación de la Audiencia Nacional o los casos calientes en el Tribunal Supremo necesitan una guía que ponga el principio de jerarquía fiscal en su sitio.
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