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Fiebre de sábado

"Nunca me llevas a ninguna parte", me espetó mi actual esposa.Estuve un momento mirándola. Era un sábado y yo acababa de llegar a casa tras una intensa jornada en mi arriesgado oficio, de intrépido reportero de investigación. Me sentía cansado y no estaba para bromas. Hubiera sido fácil saltar y pronunciar una grosería.

Pero decidí ejercer mi enorme fuerza de voluntad y, en una muestra concreta de esos buenos propósitos por perfeccionarme, le dije: "Perdóname, cariño, tienes razón. Probablemente, en mi afán de meter a malhechores en la cárcel, últimamente no te he prestado toda la atención que mereces. ¿Adónde quieres ir?".

Me sonrió dulcemente. "Mira", dijo con ese vozarrón que me encanta, "estoy leyendo este libro de reciente aparición sobre el restaurante Jockey, y pensaba que podríamos cenar allí esta noche".

"Jockey", le contesté.

"Dice que es uno de los restaurantes más concurridos por la flor y nata de la alta sociedad europea", prosiguió ella, leyendo la solapa del libro.

"Los duques de Windsor han comido allí, el sha de Persia, jerarquías del franquismo... Mira, dice que es "el hábitat natural de la oligarquía financiera, la clase política y la beautiful people del mundo entero".

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"Pues nosotros no pertenecemos a esa clase social, cariño", le dije. "Es más: ésa es precisamente la gente que yo intento meter en la cárcel con mis intrépidos reportajes sobre corrupción. Además, ¿tú tienes alguna idea lo que cuesta comer allí?".

Antes de que pudiera contestar, me puse en contacto telefónico con dicho restaurante y, utilizando un truco que sé de mi arriesgada profesión (pero que no voy a revelar aquí), rápidamente pude dar con la siguiente información: el caviar de Irán se vende a 225 pesetas el gramo, la ensalada verde de bogavante con nueces cuesta 5.950 pesetas, el hígado de oca con manzana y frambuesas cuesta lo mismo, un plato de humildes callos -y juro que no podrían ser mejores que los que hace mi esposa- son 3.450...

"Mira", le dije con la decisión que me caracteriza,

¿qué te parece si vamos a uno de los establecimientos que últimamente han proliferado en la Gran Vía? Seguro que te gustará alguno. Venga, vámonos". Cuando por fin se convenció, tan sólo tardó una hora en arreglarse.

Afortunadamente, vivimos muy cerca de la principal arteria de nuestra capital. Paramos primero en un McDonald's, donde, aparte del clásico big Mac por 375 pesetas, nos enteramos de una interesante oferta: "Los dálmatas llegan a tu happy meal. Ciento un muñecos diferentes. Consíguelos". Si bien nos encantó la película, decidimos buscar un poco más.

En Pizza Hut se ofrecía "un regalo galáctico y un vaso especial Pepsi con cada pan pizza mediana o el menú infantil". Pans & Company tenía un surtido muy europeo: bocadillos bautizados British Bacon, Noruego, Baviera, Normando... En Burger King casi sucumbimos ante la Whopper Mania por sólo 199 pesetas, y en Bocata World, efectivamente, había "una difícil elección" entre bocadillos de butifarra y lacón.

Total, aunque no tenemos hijos, por fin decidimos llevar a casa el Festin Familiar de KFC (Kentucky Fried Chicken): pollo, bebida y numerosos extras para cuatro personas por- el módico precio de 2.495 pesetas, que en Jockey seguramente no conseguiría más que el pan y el agua mineral. (En el precio iba incluido "Un Regalo Galáctico", que tampoco se ofrece a los beautiful people.

Después de cenar hasta la extenuación, cuando yacíamos sobre el sofá apenas sin poder movernos, mi mujer me anunció una sorpresa. "No, querida, esta noche no puedo, de verdad", le dije. "Pero, cariño, si no es eso, es mucho mejor", me contestó. Y lo era: la santa había grabado un vídeo de todos los espacios de la semana de mi programa favorito, Impacto TV. Esos choques de coches de carreras, esas caídas de avionetas... Vamos, ni la oligarquía financiera ni la clase política ni nadie del mundo entero pasarían ese sábado noche tan bien como nosotros.

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