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Multitudinario entierro bajo la lluvia del cabo Ferrer en su pueblo natal

Miguel González

Buenache de la Sierra (Cuenca) Samuel Ferrer Caja, el cabo de reemplazo que murió el viernes por la noche en Candanchú (Huesca) de un disparo en el pecho efectuado por un sargento, se había examinado cuatro días antes para convertirse en militar profesional. Así lo aseguró ayer el teniente Ruiz Alonso, jefe accidental de la compañía de esquiadores y escaladores en la que estaba destinado Samuel, quien se desplazó con otros cinco compañeros a la localidad conquense de Buenache de la Sierra para asistir al entierro del joven. Más de 600 personas despidieron al joven sin honores militares, con el ataúd envuelto en un plástico para protegerlo de la intensa lluvia y bajo un espeso silencio.

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"Bajó el lunes a Huesca para examinarse y a la vuelta me dijo que le había ido muy bien", explicó ayer el teniente. "Qué diría Samuel si hubiera sabido que lo iba a matar un sargento. A él, que estaba enamorado del Ejército", comentó por su parte con amargura uno de los miembros de la asociación de senderismo a la que pertenecía la víctima.La población habitual de Buenache (dos decenas de personas, la mitad pensionistas y el resto pastores) se multiplicó ayer por 30. Una muchedumbre invadió las calles de esta aldea de montaña a 18 kilómetros de Cuenca y desbordó la capacidad de su pequeña iglesia para despedir al hijo menor del alcalde, fallecido con sólo 19 años. La violenta e inesperada muerte cayó como un mazazo entre los vecinos y familiares.

"Si lo hubiera leído como noticia referida a otra persona, me parecería horrible. Tratándose de mi hermano, me resulta irreal", afirmaba a duras penas sereno José María, de 23 años, estudiante de Matemáticas y cuarto de los cinco hijos de Emilio Ferrer. José María llegó a la casa familiar de Cuenca sobre las dos de la madrugada del sábado, poco después de que sus padres recibiesen una llamada anunciándoles que su, hijo había sufrido un accidente con un arma y se encontraba hospitalizado muy grave. Se trataba de una mentira piadosa. Para entonces Samuel ya estaba muerto.

Destino elegido

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Ayer tarde, junto a otros cientos de personas, José María esperaba en Buenache la llegada de la furgoneta del Ejército que trasladaba los restos de su hermano. Samuel se había incorporado al servicio militar el pasado mes de noviembre en el destino que, él mismo eligió: la Escuela Militar de Alta Montaña de Jaca. Mejor deportista que estudiante, Samuel estaba ilusionado con la posibilidad de practicar montañismo y esquí y la pasada Semana Santa, cuando volvió por última vez de permiso, comunicó a su familia la decisión de reengancharse como profesional. También se lo dijo a Carlos Pérez-Mellado, electricista de 36 años y socio como él del Club Olímpico de Pelota de Cuenca.

El martes 1 de abril jugó su último partido, no tan bien como acostumbraba debido a la falta de entrenamiento, e invitó a unas sidras a sus compañeros de equipo. "Era un chaval de puta madre", afirma Carlos saliéndole del alma. Samuel le había comentado que no pensaba volver a la cervecería donde había trabajado como camarero porque iba a quedarse tres años en el Ejército.

Alberto, casado con Marisol, la única hermana de Samuel, prefería ayer no opinar sobre su cuñado. "Mejor que te lo diga alguien menos allegado, porque todo lo que oigas es poco". Para Alberto, tampoco era el momento de pedir responsabilidades, pero no podía evitar preguntarse "cómo es posible que a un tío que esté achispao le dejen una pistola y una compañía a su cargo. Nadie hace algo así de la noche a la mañana".

El teniente Ruiz Alonso sostiene, por el contrario, que en el año que lleva en la compañía no ha oído ninguna queja del sargento Juan Carlos Miravete Duque, autor del mortal disparo. Este sargento era el más alto mando que había en el cuartel cuando se produjo el drama, y, según han declarado los soldados presentes, se pasó toda la tarde bebiendo antes de que los convocara para amenazarles. Sin embargo, según el teniente, en la taberna de la unidad no se sirve alcohol de alta graduación y el sargento, al encontrarse de servicio, no podía abandonar el acuartelamiento.

A pesar de la vocación militar de Samuel, su funeral no contó con honores militares. El féretro no iba cubierto por la bandera de España sino por un plástico que lo protegía de la lluvia incesante que empapó a la comitiva en el trayecto que separa el pueblo del cementerio, en la cima de una loma. El padre, desencajado, caminaba casi en volandas del brazo de su esposa Ana, aparentemente más entera, y de otro familiar. Ya delante del nicho, se abrazó a su hijo Julián, deficiente mental, quien a juzgar por su mirada sólo en ese momento comprendió la magnitud de la tragedia.

"Muerte absurda"

El párroco, Antonio Chacón, tuvo que reconocer que, a pesar de su propósito de confortar a los parientes del joven, le resultaba difícil hallar sentido cristiano a "una muerte tan absurda". En una situación como esta, afirmó en su homilía, "sobran las palabras o por lo menos yo no encuentro las más apropiadas". No hubo gritos ni protestas, sólo sollozos entrecortados y un pesado silencio.

La representación del Ministerio de Defensa en el funeral fue de muy bajo nivel, el comandante Sierra, delegado accidental en la provincia, y el Gobierno tampoco mostró mayor sensibilidad ante un hecho que ha conmocionado a la opinión pública. Acudió el gobernador civil, Luis Casero, que se remitió para cualquier explicación al comunicado oficial.

Emiliano Caja, de 65 años, tío de Samuel, atendió a los numerosos periodistas. "Era muy bueno y no lo digo porque fuera mi sobrino. Pregunte a cualquiera del pueblo y no le dirán nada malo de él".

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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