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El Manchester mantiene su hegemoníra

Santiago Segurola

El Manchester mantiene su hegemonía en el fútbol inglés. Después de su victoria en Anfield, se apresta a conquistar el cuarto título en cinco temporadas. En términos de eficacia, es una hazaña que nunca consiguió aquel equipo de George Best, Bobby CharIton y Dennis Law, el más inolvidable Manchester de la historia. En Liverpool ganó con facilidad, en un ejercicio estrictamente profesional frente a un adversario que hizo todo lo posible por ayudar al Manchester.El capítulo de errores del Liverpool fue exhaustivo. Su alineación presentaba una superpoblación de centrocampistas, ocupados en buscar sitio para respirar. La alta densidad de medios acható la capacidad de pegada del Liverpool, con Fowler destinado a un combate estéril frente a los defensores. Sobre las deficiencias de la defensa del Liverpool no cabe hablar más: los centrales se tragaron todos los pelotazos que llegaron al área. Y el portero James coronó su infame temporada con dos errores que condenaron a su equipo a la derrota.

El mayor mérito del Manchester fue aprovechar las numerosas concesiones del Liverpool. Pasó por el partido sin apenas angustia, sin sentirse apretado en un duelo que suponía terrible. Hizo lo necesario, pero sin ningún alarde. Giggs no jugó y Cantona y Beckham pasaron desapercibidos. Explica mucho del partido que la victoria del Manchester se produjera sin el concurso de sus estrellas. Porque el encuentro fue mediocre y desapasionado, lo más extraño de todo.El héroe fue Gary Pallister, un central a la antigua, corpulento y cabeceador. Pallister marcó los dos primeros goles del Manchester al rematar dos saques de esquina. El Liverpool nunca pudo apelar a su tradicional y paciente juego. Sólo hubo un conato de reacción tras el gol de Barnes.

Durante veinte minutos, el Liverpool asumió la iniciativa, jugó en el campo del Manchester y pareció estar en disposición de anotar el segundo gol. Pero el juego se desvanecía siempre en la frontera del área de Schmeichel, que disfrutó de uno de los partidos menos complicados de la temporada. El segundo gol del Manchester fotografió con exactitud la situación del partido. No hubo jugada, no hubo nada, sólo un córner y Pallister que se eleva, y James que mide mal. Y gol.

Sin otro mérito que su funcionalidad, el Manchester tenía el partido en su poder. La alta estadística de errores terminó por desestabilizar al Liverpool, que se atascó definitivamente en el segundo tiempo. El partido discurría de forma tan monótona que parecía un mal sueño para la hinchada de Anfield. En el día más trascendente de' la temporada su equipo jugaba con una fragilidad escandalosa, averiado en todas las líneas, con un portero que se comió el tercer gol de manera lastimosa. A la vista del desarrollo del encuentro, fue el final más apropido: un error colosal que ayudó a un equipo que se encontró con la victoria y casi con el título sin ningún esfuerzo.

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