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Buzoneo

"Virgen María, Santísima, abogada de los posibles y de los imposibles, diez Avemarías te rezo y ruégote me alcances los bienes espirituales y terrenales de los que soy acreedor en premio a mi fe, y que nade en la abundancia. Compra cien ejemplares de EL PAÍS, remítelos abiertos por esta página a otras tantas personas del círculo de tus amistades y conmínalos a que hagan lo propio. A uno que siguió estas pautas le tocó la Primitiva, puso un negocio y ahora es el rey del choped; a otro le premió la Virgen con una buena novia. A uno que no las siguió, se le cayó la techumbre de su casa y anda durmiendo a la intemperie; a otro, un reloj de oro que tenía se le convirtió de plomo".Una carta de este tenor (sólo se han actualizado circunstancias irrelevantes) la ha recibido un servidor en el buzón de su casa, y ya van tres en lo que llevamos de año. El buzón de un servidor es la central de Correos, es el muro de las lamentaciones, es el chichi de la Bernarda. El buzón de un servidor desborda de papelotes y cualquier día va a reventar. El buzón de un servidor, a la vuelta de las vacaciones de Semana Santa era un escándalo.

Igual que quieren hacer con la recogida de basuras -un cubo para cada tipo de desperdicios-, los vecinos deberíamos disponer de un buzón para cada tipo de envío, diversificados en tamaño y color según remitentes: los bancos y sus movimientos, la Administración y sus requisitorias, la correspondencia decente, la publicidad. El buzón más pequeño sería el de la correspondencia decente, pues ya casi nadie escribe cartas; el más grande el de la publicidad. La publicidad es lo que desborda mi buzón.

La publicidad ya no sabe uno si tomársela a ofensa personal. Hay publicidades inocuas, las hay perversas, las hay erróneas, las hay tontas y las hay que le ponen a uno a cabilar. Meses atrás recibí oferta de servicios de una cierta sociedad médica e incluía tal cúmulo de datos concretos sobre mi persona, que resolví escribir exigiendo me explicara de dónde los había sacado. Sorprendentemente respondió y lo declaraba: "Sus datos nos los ha facilitado la Tesorería de la Seguridad Social". Nombre y apellidos, edad, profesión, gustos y aficiones figuran en muchas comunicaciones publicitarias y está claro que los anunciantes los han debido sacar de alguna parte, por supuesto sin autorización y de forma ilegítima. Hay publicidades sospechosas por su reiteración. Por ejemplo, "¡Se acabó la sordera!" titula con gruesos caracteres el folleto ilustrado sobre audífonos que aparece en mi buzón cada mes. Esto viene ocurriendo desde la penúltima declaración del censo (ya ha llovido) y recuerdo que se me oIvidaba rellenar los impresos, de manera que la agente encargada de recoger los hubo de acudir tres días a casa y cada vez anotaba algo en una libreta. Quizá escribió: "Este tío debe de estar sordo". Digo yo, atando cabos.

Lo de la sordera no es la única publicidad que me llega y más parece corresponder a otro. Ofertas de lujosos chalets, universidades en América para mis hijos, automóviles carísimos, joyas, llenan mi buzón, de donde barrunto que los anunciantes tienen confundidos mis datos personales con alguien de sus listados o acaso con el titular del buzón de al lado. Esto último sospecho desde que encontré a ese vecino revisando los papeles de su buzón y estaba indignadísimo por uno que anunciaba: "Se arreglan trajes, se zurcen chaquetas, se componen cremalleras". Evidentemente, me correspondía. Le consolé cambiándoselo por la publicidad de un Rolex.

Las ofertas publicitarias que encuentro en mi buzón me permiten creer que el mercadeo de los datos personales, además de ilegal, es chapucero. Pues no entiendo para qué podría querer el Santo Rosario rezado por el padre Mundina, la reproducción de una sortija de Marilyn Monroe, un sobre de semillas para cultivar tomates las cien mejores coplas del cante flamenco, tres metros de puntilla para decorar estanterías, un body de encaje que realzará mi figura, ocho delicados mantelitos de crochet, un juego de anillas para amarrar cerdos, dos hueveras para el microondas, un conservador de ajos, una pajarera, un eliminador de escarcha, una lupa para leer la guía de teléfonos...

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