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FÚTBOL 31ª JORNADA DE LIGA

Rivaldo se exhibe en Anoeta

El Deportivo paga con el empate ante la Real un absurdo error de concentración

Rivaldo, Rivaldo, Rivaldo. Costará borrar este nombre de la memoria de Anoeta. El futbolista brasileño, pese al entramado táctico con el que Irureta intentó arrinconarle, arrojó sobre el tapete media docena de acciones grandiosas. Entre ellas, un gol de bandera en el saque de una falta. Pero la luz de Rivaldo sólo le sirvió al Deportivo para conquistar un empate ante la Real. Un despiste infantil y absurdo, un regalo de gol, le obligó a vivir cuesta arriba gran parte del partido. Y le impidió llegar a más.La Real es un equipo limitado, desprovisto de muchos de los valores que pueblan la mejor Liga del mundo. Pero conserva una virtud muy profesional, aparentemente muy sencilla, que multiplica sus prestaciones: la concentración. El equipo de Irureta no le pierde nunca la cara al partido, esté éste en juego o en una de las insoportables e inagotables pausas de las que cada vez está más lleno el fútbol. La Real siempre tiene un ojo en el balón y el otro en el escenario. Y por ahí puede explicarse su privilegiada clasificación, que choca frontalmente con la teórica modestia que preside su plantel.

Su rigurosa atención le permitió dificultar el poder de maniobra de un conjunto en alza, el Deportivo, al que le sobra calidad y buenas intenciones. Ahora, tras la llegada de Carlos Alberto Silva, además se siente suelto, feliz y con ganas (le construir fútbol. Y esa misma atención le autorizó a la Real a desnudar todo el montaje defensivo del grupo gallego en una acción de patio de colegio. Un portero de espaldas al juego, una multitud de rivales rodeando al colegiado y dos tipos listos: gol. No necesitó más la Real. Mientras el Deportivo estaba a otra cosa, mientras Songo'o se retorcía por haber dado demasiados pasos dentro del área, llegó De Pedro, buscó la complicidad de Aranzábal y sacó con celeridad el libre indirecto para que su compañero empujara la pelota contra la red. Bien fácil.

Con un marcador de cara, la Real se vuelve un hueso. Se hace hermético atrás, ahoga al adversario en la zona de creación y lo destripa al contragolpe. El Deportivo contestó el blindaje donostiarra con un fútbol de alegría. Fue el suyo un juego ortodoxo, muy tocado, siempre cuidadoso con el balón. Buen argumento para responder las malas noticias, sin renunciar a la identidad propia y sin perder los nervios ni la vena cerebral que marca a este equipo.

Echó de menos el Deportivo algunas cosas. A Djukic, por ejemplo, cuya ausencia provocó que la salida del balón no fuera tan aseada como de costumbre. Y echó de menos más participación de Martins. Pero al Deportivo siempre le queda Rivaldo, que firmó cuatro o cinco maniobras de museo.

Rivaldo hizo saltar por los aires todo el blindaje de la Real con un golpe franco majestuoso. El brasileño dejó en ridículo la teoría de que las faltas, desde ese lado izquierdo de las afueras de área, son para los diestros. Su zurda inventó un inolvidable viaje de balón, perfectamente sincronizado en potencia, colocación y trayectoria. Para enmarcar.

Si la derrota no modificó los hábitos del Deportivo, el empate menos. Así siguió hasta el final, tocando y tocando, y soñando con un triunfo que por calidad mereció pese al impecable trabajo táctico de la Real y a su generosa labor de desgaste. Tuvo que ganar, sí, pero un error de concentración le obligó a conformarse con el empate. Así es la Real, un equipo sin estrellas pero que te obliga a dormir con los ojos abiertos.

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