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Precisamente por eso, filosofía

Desde hace tiempo venimos asistiendo a una serie de escándalos docentes que afecta a temas sobre los que hay una gran sensibilidad social. El motivo de estas reflexiones no es el de soslayarlos, sino todo lo contrario, el de contribuir a evitar que se queden en una escandalera, fruto tanto de reacciones primarias como de oscuros intereses. Por otra parte, y frente a la apremiante demanda de acciones punitivas, se ha recordado sensatamente la existencia de una libertad de cátedra, la posibilidad del ejercicio de acciones administrativas por parte de las autoridades competentes, que salvaguarden también el otro derecho inalienable de los alumnos, y es el de no tener por qué aguantar tales desmanes. Tropelías que, por desgracia, no han sido infrecuentes, han llegado a afectar a los alumnos, y quedaron impunes. En alguna Facultad de Filosofía se llegó a festejar mediante pasquines el triunfo sobre la razón. Es posible que pensaran en sentido goyesco que la razón engendra monstruos, pero no ciertamente esos que hacen todavía más necesario su ejercicio.Si todo esto se sabía, ¿a qué viene ahora la indignación? ¿O es que definitivamente se está dispuesto no sólo a airear el caso, sino también a arrancar la raíz? El ejercicio docente es un servicio social en el que puede haber personas enfermas, mediocres e incompetentes que lo ejercen mal, sublimando sus carencias personales a costa de otros. Una antigua universidad, la de Salamanca, tiene un lema según el cual ella no puede dar lo que niega la naturaleza. Pero también es cierto que a veces se lo ponemos muy difícil a la naturaleza. Hay casos, como éstos, en los cuales el problema no debe ser magnificado porque se trata simplemente de una ausencia de sentido común, que no debiera extenderse convirtiéndole en el menos común de los sentidos.

Y esto sucede si no se va a la raíz de los males: a que en amplios sectores de la Universidad española se ha instalado de por vida la mediocridad e incompetencia gracias a un sistema de selección ejercido arbitrariamente; que las universidades tienen hoy más medios que nunca, pero una legislación errática hace difícil la tarea universitaria individual y colectiva; que los docentes consumen buena parte de su tiempo en tareas administrativas centradas en la hermenéutica de unos planes de estudios que hacen agua por todos lados. Y así sucesivamente.,

En este estado de cosas mejor, de chapuza académica, es casi heroico el que muchos profesores cumplan ejemplarmente con su docencia y saquen tiempo para la investigación. Y los hay, aunque no sean noticia. Como también existen en los antaño prestigiosos cuerpos de la hoy llamada enseñanza secundaria. Se les pide mucho y se les retribuye poco, empezando por el reconocimiento social de su labor. Y para colmo tienen que ejercer su trabajo en un clima de desmotivación por el presente y por lo que se les viene encima (si alguien no lo remedia), al menos en el caso de las humanidades. Reflexionar sobre las causas de esto y sus consecuencias significa salir del campo estrictamente académico para entrar de lleno en el social, sin distraerse con lamentables anécdotas personales. El problema no se soluciona, organizando periódicamente redadas de elementos marginales. Porque el problema es otro.

La creciente alarma ante casos de racismo y xenofobia sustentados con peregrinos argumentos, la sensibilidad social ante cualquiera de estas manifestaciones, nos pone ante un fenómeno más grave: la creciente deshumanización social. Y fruto de ella, a la vez que causa, es el pensar que las humanidades son prescindibles en la educación, especialmente ahora en la secundaria. No pasa nada, hasta que pasa. Lo que pasa es que hay una ausencia de criterio, de humanidad, consecuencia de cuando no pasaba nada porque valía todo. Es paradójico constatar el déficit de cultura ahora que estamos en una sociedad multicultural. Teniendo que respetar todo, no se respeta nada, olvidando precisamente que la cultura, como decía Ortega, es respeto. En ese yermo de tierra de nadie crecen tanto los integrismos como los cinismos.

Estamos dilapidando un patrimonio. El patrimonio del pasado en forma de nuestra modernidad latina, de corte humanista. El patrimonio del presente, pues frente a agoreros exhibicionistas se está en un momento espléndido del pensamiento en España, que deberíamos saber apreciar, favorecer y difundir. Y transmitir también en la educación, para que se convierta en un bien social.La educación humanística no es sólo una educación en el saber, sino también en el ser, o mejor, en el saber ser y estar. Ante el desarraigo quizá convenga recordar nuestro origen grecolatino, pensar la lengua en que pensamos, encontrar nuestra identidad plural en la historia. Tal vez se salgan con la suya aquellos que afirman que la filosofía (como asignatura) no sirve para nada, pero quizá la sociedad debiera preguntarse también para qué le sirve gente que dice esas cosas. Y que gozan de mayor impunidad que aquellos pocos que hacen un uso irresponsable de la libertad de cátedra. Efectivamente, la filosofía es un lujo imprescindible para el ser humano, como lo es la educación misma. Ya lo decía nuestro viejo Sócrates, el educador por excelencia y en la excelencia: una vida sin filosofía no. merece la pena ser vivida.

Sin capacidad de reflexión crítica, de criterio, no existe un ser humano al que pueda llamársele persona, que sea digno de respeto y que respete a los demás. De ahí arranca el sentido de la enseñanza de la filosofía, que por su misma naturaleza no educa en una conciencia dogmática, sino crítica, y es uno de los mejores antídotos contra el mal que hoy padecemos, que no es la carencia de ideas, sino la falta de humanidad.

José Luis Molinuevo es filósofo.

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