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Tribuna
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La carraca

De las semanas santas de mi infancia echo de menos sobre todas las cosas el bronco repicar de las carracas, instrumento de percusión que el diccionario sabiamente adjetiva como productores "de un ruido seco y desapacible". Una ruedecilla dentada de madera y una lengüeta del mismo material accionada por un movimiento rotatorio de la mano, se bastan para crear tan discordante y áspero clamor. Aunque a estas alturas resulte poco verosímil, los adultos de cuando yo era niño ponían en manos de sus vástagos estos utensilios del tortura que adquirían voluntariamente a los vendedores ambulantes que brotaban por generación espontánea a la puerta de los templos cuando llegaban tan señaladas fechas. Las artesanales carracas compartían tenderete con tiras de coloristas y pías estampitas que ilustraban las estaciones del vía crucis. Pese a su predicamento durante esos días, las estampitas de la Pasión nunca fueron aceptadas como moneda de curso legal en los trueques y juegos de, cromos.Cuando el calendario pasaba página y llegaba el Sábado de Gloria, las carracas desaparecían misteriosamente. Aunque se trataba de objetos resistentes, las carracas eran utensilios de usar y tirar, los progenitores de los niños carraqueantes preferían, sin duda, comprar una carraca nueva todos los años antes que arriesgarse a que sus tórtolos descubrieran fuera de temporada el escondite donde hubieran podido guardar los malévolos instrumentos y volvieran a darles marcha de forma extemporánea. El carraqueo era una penitencia más entre las múltiples que asumían sin rechistar los fieles cristianos de entonces.

Luego, esta nación "devota de Frascuelo y de María" inició un imparable proceso de secularización relacionado con el incremento del parque automovilístico. Cualquier núcleo familiar en posesión de un seiscientos procuraba escapar, no más llegar Semana Santa, a cualquier enclave costero paganizado por el turismo, sin procesiones ni tradiciones mortificantes. El cristianísimo régimen toleró semejante desbandada en provecho de las deidades del turismo y el comercio, aunque no descuidó -su celosa vigilancia sobre la moralidad pública, medida en centímetros de tela, de las bañistas que se crucificaban sobre la arena exponiendo sus carnes pecadoras a los abrasadores rayos del pagano Febo.

Pero el inmisericorde y apocalíptico agujero de la capa de ozono y el no menos apocalíptico e inmisericorde Gobierno conservador y cristiano que padecemos se han aliado para que la Semana Santa de procesión y nazareno, peineta y mantilla, vuelva por sus fueros., Bajo sus cucuruchos de cofrades, cargando cruces o arrastrando cadenas, procesionarán seguramente este año algunos de nuestros más cristianos gobernantes, dando ejemplo y cumpliendo su más que merecida penitencia. Puedo imaginar sin esfuerzo a José María Aznar recorriendo descalzo y anónimo las calles de Zamora, urbanizadas quizá por constructores iscariotes que ahora le denuncian. A cara descubierta el portavoz Miguel Ángel Rodríguez, leerá el pregón de otra semana famosa y popular, la del Valladolid de sus pecados y los de sus cofrades autonómicos, rogando a Dios para que sus culpas no tengan que ser nunca expiadas ante los tribunales y repartiendo algún mazazo que otro. En Madrid no puede fallar, así lo supongo y lo espero, la fervorosa participación de nuestro primer edil, José María Álvarez del Manzano, hermano mayor de la Venerable Cofradía de los Siervos Reparadores del Paisaje Urbano, que habrá de pedir perdón probablemente por obstaculizar los itinerarios procesionales con un vía crucis de obras públicas, que son un auténtico calvario para la ciudadanía.

Si yo tuviera una carraca, me integraría gustoso en los cortejos procesionales agitando el manubrio airada y reiteradamente en señal de protesta. Si las carracas, manufacturadas seguramente en China o en Corea, se vendieran en las tiendas de todo a cien, no dudaría en convocar a mis paisanos a un ruidoso y desapacible concierto de protesta, con la seguridad de que el estrépito sería muchísimo más molesto y eficaz que el de cualquier cacerolada multitudinaria.

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