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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Trampolín mexicano

CIUDAD DE México es un compendio de todos los males que a finales de siglo agobian a las megaurbes del Tercer Mundo: brutal contaminación, delincuencia rampante, crecimiento anárquico y deficientes servicios para sus más de 17 millones de habitantes. A todo ello, la capital mexicana está a punto de añadir uno más, y no menos grave: el próximo 6 de julio elegirá por primera vez a su gobernante, hasta ahora nombrado a dedo por el presidente de la República de entre las filas del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Las dos principales fuerzas de oposición, que en algunos sondeos superan al partido oficial, han seleccionado candidatos que a duras penas ocultan su objetivo: conquistar la alcaldía para construir una base de poder desde la que lanzarse a las presidenciales del 2000. Es un mal inicio.Brillante y aficionado a la polémica, Carlos Castillo Peraza es el candidato del conservador Partido de Acción Nacional (PAN), la estrella emergente de la política mexicana. Pero a nadie se le escapa que necesita triunfar en el Distrito Federal para poder competir dentro de su partido contra el candidato natural de los conservadores en las próximas presidenciales, hoy por hoy gobernador del Estado de Guanajuato, Vicente Fox. En tesitura parecida se encuentra Cuauhtémoc Cárdenas, "lider moral" del izquierdista Partido de la Revolución Democrática (PRD) y dos veces fracasado aspirante a la presidencia de México. Sin ganar la capital, ni Cárdenas ni su partido tienen opción alguna en el 2000.

Gane quien gane, Ciudad de México se arriesga a salir perdiendo. Los graves problemas de la capital, explotada durante décadas por gobiernos priístas no elegidos necesitan ahora un cirujano a quien no le tiemble la mano, especialmente por lo que respecta a la contaminación y al crecimiento desordenado. Ninguna de las duras soluciones que los expertos esbozan proporcionará popularidad a corto plazo. Ni conservadores ni izquierdistas (y el PRI menos todavía) parecen dispuestos a generar descontento y sacrificar votos ante la próximidad de los comicios presidenciales. Así que lo único que Ciudad de México aspira a lograr de momento es un cambio del partido gobernante, lo que, después de casi 70 años de corrupción, tampoco es de desdeñar.

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