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Merlín busca banquillo

Daucik, ex jugador de los tres equipos de Madrid, cree que subiría a Primera a cualquier club

Cual hechicero, celoso de sus conocimientos, pero profundamente convencido de sus poderes, Yanko Daucik deja entrever su secreto sin llegar a concretarlo. Afirma poseer la fórmula mágica para asentar en sólo dos o tres años a un club modesto en Primera División, tirando exclusivamente de su cantera. "Sé cómo se forma a un jugador y estoy dispuesto a demostrarlo. Garantizo a un equipo que en ese tiempo su. presupuesto general lo cubre con sus propios jugadores", asegura este ex jugador de los tres equipos madrileños de lacategoría reina -Real Madrid, Atlético y Rayo-, hijo del entrenador que en los cincuenta le dio dos ligas y tres copas al Barga y dos copas y una liga al Bilbao, Fernando Daucik. No quiere dinero, tan sólo la satisfacción de ver confirmadas sus tesis. Daucik se revela como un Merlín reencarnado, no en la Inglaterra de las luchas feudales, sino en la tabla redonda donde hoy se libra uno de los torneos más combativos: la Liga española de fútbol. "Es la mejor del mundo, pero la que menos jugadores exporta. Es exagerada la cantidad de fichajes extranjeros, cuando aquí hay material suficiente para que todos los equipos puedan autoabastecerse".

Mítica de entrenadores

El físico de Yanko -alto, fíbroso, de piel clara y pelo rabio pajizo- revela su origen checo, mientras su apellido desvela su parentesco con Fernando Daucik, el ex seleccionador de la selección checa de fútbol que en 1950 llegó al Barcelona y hasta su retirada, en 1982, entró en la mítica de los entrenadores de la Liga española, junto a nombres como Helenio Herrera o Miguel Muñoz. Si no, basta con re leer el cúmulo de cali ficativos que Fiesta Deportiva le dedica ba en el año 1966. El míster -a secas-, el discutido, el glorio so, el famoso, el popular, el inolvidable don Fernando, que fue inimitable profe sor en la escuela de la futbolera. "El fútbol ha sido mi vida desde los dos años. Comíamos, bebíamos, dormíamos con él", recuerda Yanko, hoy retirado, a los 56 años, pero con unas manifiestas ganas de volver a sentarse en el banquillo. Después de una rocambolesca huida de Checoslovaquia, Yanko, con apenas nueve años, y sus siete hermanos llegaron a Barcelona en 1950 para reunirse con sus padres. Cuatro temporadas gloriosas, y Fernando Daucik es fichado por el Athletic de Bilbao. Tres títulos en tres años con los leones le convierten en el mister del Atlético de Madrid. Es precisamente en los juveniles de este equipo donde se estrena Yanko como delantero centro. Tenía 17 años y ahí empieza un rosario de equipos, desde el Oporto y el Real Madrid hasta el Mallorca, el Rayo, el Melilla, el San Andrés el Español, en el que se retiró los 32 años. "Hay más clubes que años", comenta con cierto pudor. Esa inconstancia -en una época en la que los contratos eran mucho más duros que ahora porque existía un derecho de retención por el que el jugador no se podía ir nunca si el club no quería-, la justifica diciendo que era un auténtico bohemio del fútbol.Sin embargo, las pocas veces que se embala a hablar deja entrever otras causas un tanto más dolorosas, como las continuas lesiones de tobillos, que le obligaron a jugar durante años con la ayuda de la novocaína; una cierta falta de entrega -"a veces no me dediqué, como hubiera debido"- y un rechazo a la rutina, aunque ésta sea la del triunfo. Entre el 61 y el 63 jugaba a las órdenes de Miguel Muñoz y compartía la camiseta del Real Madrid con hombres como Di Stéfano, Gento o Amancio. Un orgullo para cualquier futbolista de entonces que parece no hacerle mella. "Ganar la Liga con el Madrid era tan fácil... A mitad de temporada ya casi lo habías conseguido y al final sacabas ocho o nueve puntos de diferencia sobre el segundo. No era la lucha hasta el último momento como ahora. Me acuerdo de muchos partidos, pero como siempre los ganabas, y si los perdías tampoco importaba mucho".

La emoción de la competición estaba en la Copa de Europa, pero no tuvo suerte. "En mi primer año nos derrotó el Anderletch belga en la primera ronda. En la siguiente ocasión no pude jugar porque una lesión de escafoides me mantuvo retirado cuatro meses". Además, dentro del club merengue no se sentía muy cómodo. "No con la entidad, sino con algunas personas". Ahí acaban sus confesiones. Se niega en rotundo a pronunciar nombres o recordar los motivos de su incomodidad.

En Melilla, donde fue a hacer la mil¡, compró su libertad al equipo blanco y empezó de nuevo en un club modesto que luchaba por mantener la categóría. Recuperó, asegura, la emoción y el estrés del triunfo. Algo que pudo degustar en los equipos que le siguieron, como el San Andrés, "donde éramos los colistas y acabamos los últimos", o en el propio Español, que luchaba contra el descenso a Segunda y en el que jugó bajo la batuta de su padre. "Con él seguías aprendiendo. Cuando he estado a sus órdenes siempre ha habido suerte y nos ha ido muy bien juntos".

Con 32 años se despidió del césped en el campo de Sarriá y se dedicó a los negocios. Para no desvincularse del todo del balón hizo los cursos de entrenador y se afanó con equipos como el madrileño Moscardó. "Pero lo tuve que dejar porque no tenía tiempo. El negocio sólo me permitía entrenar de noche, y a las ocho de la tarde ¿qué puede aprender un chico cuando está cansado del trabajo de todo el día?". Lo dejó tan definitivamente que hoy confiesa no tener un solo amigo ligado al fútbol.

Aún le queda la afición y el convencimiento de no haber dicho la última palabra. Por eso quiere volver a enseñar a otros chicos -ninguno de sus cinco hijos parece dispuesto a emularle lo que se debe y no se debe hacer para ser una estrella del balompié. "El fútbol es un talento, se tiene o no. Y aquí hay mucho talento perdido".

"¿Cómo puede haber equipos que con una cantera de cien jugadores no logran sacar ni uno a Primera División?", se pregunta. "No basta con tener talento, condiciones físicas, voluntad, sacrificio y esfuerzo para ser una figura. Hace falta la suerte de que alguien te descubra a tiempo. Una estrella se hace en dos o tres años. O triunfas a los 19 o ya no lo haces, porque la vida se impone, hay que trabajar y el fútbol queda, relegado a una simple afición. Es el caso de Raúl, si Valdano no hubiera dicho 'quiero a ese chico' hubiera acabado jugando en Tercera División".

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