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Tribuna
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Neoburgueses

Leí el jueves en EL PAÍS un ensayo de Gurutz Jaúregui en el que denuncia las "instituciones comunitarias" como instrumentos del neoliberalismo. El miércoles me topé con el exabrupto que un artista del aerosol dejó en la pared de Económicas "¡Contra la, política neo-liberal del Gobierno del PP!". Hace dos semanas, Joaquín Leguina declaró en el Congreso que no le place mi forma de propagar opiniones neoliberales. No es posible que a todos nos convenga el mismo epíteto.Las autoridades de la Unión Europea toman a veces, aunque no muy a menudo, determinaciones liberadoras, por ejemplo cuando imponen a los Estados miembros una más libre competencia en el transporte aéreo y en las telecomunicaciones. Pero la airada reacción del presidente de la Comunidad, Jacques Santer, ante el anuncio de que la productora de los automóviles Renault va a cerrar una fábrica en Bélgica y suprimir más empleos en Francia, indica un espíritu intervencionista que debería confortar a nuestro buen catedrático vasco de Derecho Constitucional.

En efecto, el señor Santer comentó que el drama social que viven los despedidos de ese centro industrial "demuestra la necesidad de desarrollar la dimensión social de la Unión Europea" y animó a los trabajadores "a hacer valer sus derechos" ante los tribunales de su país. La compañía perdió el equivalente de más de 100.000 millones de pesetas en 1996. La producción europea de coches supera la demanda en un 20%, calcula el Financial Times. La producción de vehículos baratos en la Europa del Este avanza a pasos de gigante. No importa. La Comunidad Europea busca el modo de utilizar la Carta Social del Tratado de Maastricht para reducir la competencia. ¡Linda manera de neoliberalizar!

Al año apenas de su victoria electoral, el Gobierno del PP ya ha cumplido el 58% de su programa, nos dice su vicepresidente primero. También es de agradecer que un Gobierno minoritario, cuyas manos están atadas por sus socios catalanes en cuestión de horarios comerciales, de política de suelo, de gasto sanitario, se lance a un amplio programa de privatizaciones que, al fin y a la postre suponen una notable reducción del poder del Estado. Pero si ese Gobierno no es capaz de recortar el Plan de Empleo Rural, aplicar al sistema de pensiones las mínimas reformas del Pacto de Toledo, remo ver los obstáculos sindicales que impiden a tantos jóvenes y mujeres encontrar un empleo estable, o cambiar las leyes que desembocan en un mal funcionamiento de los tribunales, no se le puede tildar más que de semi o cripto-liberal.

Quien como Leguina tenga una visión superficial del liberalismo quizá se sorprenda de que yo vea en peligro las libertades si falta una "exacta administración de justicia que proteja, en la medida de lo posible, a cada miembro de la sociedad de la injusticia u opresión de todos los demás miembros". Es que yo no soy neo-nada. Llevo siendo liberal en filosofia, economía y política hace más de dos siglos, al me nos desde que Adam Smith publicara en 1776 su Riqueza de las naciones, de donde he tomado la cita.

El liberalismo es una doctrina de mucha tradición, que se basa en la idea de que las libertades no son divisibles. Para poder desarrollar nuestra individualidad con las mínimas trabas, no basta con que se respeten nuestros derechos humanos y con que podamos participar en la gobernación del país; es necesario también que gocemos de nuestras propiedades, busquemos nuestra ocupación, gastemos nuestro dinero, desarrollemos nuestra empresa como nos parezca mejor, dentro' de los límites de unas leyes iguales para todos.

Los verdaderamente neo-liberales son esos revolucionarios que recién han descubierto las virtudes del libre mercado y que, en su orfandad ideológica, salmodian que sólo se puede ser liberal a fuer de socialistas; esos neo-capitalistas corridos por el fracaso de tanta planificación económica como defendieron en sus años locos, esos neoburgueses abrumados por las pérdidas de tanta empresa pública como crearon durante su gobierno autonómico.

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