_
_
_
_

El brasileño

Santiago Segurola

En este periodo de confusión, donde se pretende confundir el fútbol total con el fútbol militar, resulta muy complicado elogiar a los jugadores, sujetos a un disciplina cuartelera que les impide expresarse con todo su talento. Es la época de los deberes, en lugar de los derechos, de la subordinación absoluta a los rigores de la disciplina y la obediencia. Se ha llegado a un punto donde comienzan a extinguirse las viejas suertes del fútbol. Se muere la figura del regateador, se desdeña al jugador sorpresivo y heterodoxo, se repudia la habilidad como si fuera un signo decadente e inservible, se matan los rasgos diferenciales de los futbolistas. Estamos ante juego sin perfiles, sin rostros, que no concede espacio a la singularidad, a los actores que deciden escaparse del asfixiante clima que les acogota. O sea, Rivaldo.La diferencia de Rivaldo con el resto de los futbolistas es que es brasileño. Ronaldo, por ejemplo, no es brasileño. Es un maravilloso jugador con unas difusas señas de identidad, un delantero sin patria que se beneficia de un primer origen brasileño pero que no está demasiado conectado con la línea que trazaron Zizinho, Ademir, Didí, Pelé, Gerson, Rivelino, Zico, Sócrates y Romario. Ni Ronaldo, ni Mauro Silva, por decir dos espléndidos futbolistas, nos remiten al Brasil de toda la vida, reserva sentimental de la gente que se niega a admitir el fútbol como juego opresivo.

Rivaldo representa el retorno al fútbol feliz, un tipo bastante despreocupado de las fatigosas exigencias actuales. Lo que le ocupa es ofrecer todo el repertorio de la vieja tradición brasileña. Puede que Ronaldo tenga más poderío y quizá llegue a ser más desequilibrante, pero nadie resulta tan delicioso, ni produce tanto poder de fascinación como Rivaldo. Sólo Laudrup, que tenía tanto ingenio como Rivaldo pero jugaba peor al fútbol, ha tenido ese poder de transmisión con los aficionados.

Con Rivaldo se produce un efecto extraordinariamente beneficioso. Juega a contracorriente de la moda. Se para, hace pausas, maneja las velocidades, regatea, tira caños, hace sombreros e imagina soluciones por su cuenta. Todo esto desde la sabiduría, porque pone en funcionamiento todas las artes en los lugares adecuados y en los momentos precisos. Regatea cuando hay que hacerlo, pasa cuando es debido y define como Romario, todo con un aire elegante y relajado de los futbolistas que se sienten dueños del secreto de la pelota. Es decir, como la selección brasileña del 70, aquel equipo que instauró el canon del fútbol y que sólo dejaría sitio a Rivaldo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_