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El legado de Deng

La mayoría de las necrológicas de Deng Xiaoping juzgarán la herencia del que ha sido líder supremo de China desde el comienzo de los ochenta en términos de su contribución al elevado índice de crecimiento económico de China. Me temo que pocos tratarán del coste de esa prosperidad.No me refiero solamente al elevado precio que ya ha pagado el propio pueblo chino, como son la matanza de Tiananmen en 1989, la represión militar de las manifestaciones en Tíbet o los varios miles de prisioneros políticos. China y el mundo tienen todavía que pagar el precio más elevado: el estallido de un caos generalizado como consecuencia del fallecimiento de Deng.

El futuro de China se ve amenazado por el caos, porque la estabilidad fantasma creada por Deng mediante la opresión, la represión y las matanzas no puede sostenerse. La aparente estabilidad que reina hoy en Pekín, Shanghai. y otras grandes ciudades se ha logrado mediante un déficit de la futura legitimidad de las autoridades centrales. Como ocurre con todos los déficit políticos, llegará un día en que haya que pagar la factura.

Todo el mundo sabe esto en China, tal como lo demuestra, por ejemplo, la creciente tendencia a emigrar no sólo entre los pobres y la gente corriente, sino entre los hijos e hijas de la clase dirigente. A menudo son ignorados estos indicios de falta de confianza en la futura estabilidad china debido a la creencia de que los beneficios del crecimiento económico superarán cualquier descontento a amplia escala. Algunos creen incluso que, si China continúa sin interrupción por el sendero de la transformación económica, surgirá una sociedad estable y democrática tras una etapa relativamente crítica. Por desgracia, los hechos dicen lo contrario: a pesar de su PNB en continuo crecimiento, China está hoy más cerca del caos y más lejos de la estabilidad de lo que lo estaba hace años.

La proliferación del comercio mafioso de armas, la violación de las leyes de propiedad intelectual y derechos de autor y la emigración ilegal por barco se extienden a pasos agigantados. El robo y la producción de falsificaciones de discos compactos y software informático -consecuencia, quizá, de la desconexión entre el comercio y los derechos humanos- han alcanzado tales proporciones que el Gobierno estadounidense tuvo que tomar la drástica medida de imponer sanciones comerciales a China.

Esta corrupción generalizada es sólo la punta del iceberg. En los últimos años, China se ha sumergido en un mar de corrupción. Y tiene el mismo origen que la violación de los derechos humanos: la ausencia de una reforma política que establezca un sistema de imperio de la ley.

Deng sentía podo entusiasmo por el imperio de la ley porque eso hubiera limitado su poder. Incluso cuando anunció formalmente su "retiro" permaneció en la cúspide del poder sin tener que rendir cuentas a nadie.

Desde esta perspectiva, sí se puede decir que Deng ha reformado el poder político en China. Ha pasado de ser un país gobernado por un solo hombre, en la época de Mao, a estar gobernado por una serie de hombres corruptos. Y nadie que conozca la larga historia china de dinastías derrocadas y de levantamientos provocados por la corrupción se sentirá tranquilo o podrá creer que la corrupción generalizada tendrá esta vez como resultado una estabilidad duradera.

Deng y sus autocráticos colegas, conocían la historia de China, razón por la cual tomaron cualquier asomo de rebelión -ya fueran las manifestaciones de Tiananmen de 1989 o las numerosas huelgas obreras de 1994- como una amenaza extremadamente peligrosa para su poder

Contradiciendo su propia retórica de estabilidad, en el quinto aniversario de la matanza de Tiananmen, el Gobierno comunista dictó las Normas detalladas de aplicación de la Ley de Seguridad del Estado. Según estas normas, incluso el contacto con organizaciones extranjeras no gubernamentales, como las agrupaciones de derechos humanos, constituye una ofensa criminal.

Los crímenes de los prisioneros políticos, por tanto, incluyen pertenecer a organizaciones políticas o sindicatos independientes que no cuentan con la aprobación del Gobierno; la participación en huelgas, manifestaciones o grupos de estudio independientes, y la expresión pública de opiniones políticas distintas a las del Gobierno.

Además de reprimir, Deng dio un giro hacia él nacionalismo para reemplazar al marxismo ante la ausencia de otra excusa legítima para conservar el poder. Muchos olvidan que la primera decisión que tomó Deng cuando se hizo con el poder en 1979 consistió en iniciar la guerra con Vietnam. La vieja consigna de "Los comunistas vencerán en todo el mundo" fue reemplazada por "El siglo XXI será de China".

Los gastos militares de China, que han aumentado desde 1989 en un 20% anual, y las ventas de armas a regímenes radicales de Oriente Próximo son parte integrante de la nueva postura nacionalista de China. Aquellos que pensaban que Deng iba por el camino correcto porque no era maoísta ni marxista deben estar planteándose lo que puede significar para la paz y la estabilidad en Asia un régimen económicamente dictatorial que posee armas nucleares.

La historia nos ha enseñado, y la experiencia de Japón y Alemania a lo largo de este siglo nos recuerda, que el nacionalismo combinado con el desarrollo económico conduce al caos y al conflicto tanto en el interior como en el exterior.

Finalmente, deberíamos recordar que la fuente tradicional de caos en un Estado monolítico y totalitario es la lucha de sus dirigentes por la sucesión en el poder. Es un juego peligroso, sin normas.

Los desórdenes durante la Revolución Cultural en los años setenta demuestran las profundidades en las que se puede hundir China en el curso de esas luchas por el poder. No se puede desechar que, como consecuencia de la muerte de Deng, surjan de nuevo bandas de delincuentes, barones de la guerra regionales y sociedades secretas como las que aterrorizaron y saquearon China durante esos tristes años.

Es cierto que, tras el monstruoso episodio de la Revolución Cultural, la mayoría de la gente corriente de China confía, desesperadamente en alcanzar esta vez la paz y la estabilidad. El chino medio tenía las mismas esperanzas en los años setenta, pero no significó nada porque las Fuerzas Armadas estaban controladas por los que estaban en la cima luchando por el poder.

En los últimos años, políticos bienintencionados han hablado de un nuevo orden mundial. Les deseo éxito. Pero puedo decir que, en el área del mundo en que yo nací, un orden que en Asia intenta apoyarse en la herencia de Deng -un orden construido sobre la creencia de que la economía de mercado conduce a la libertad política; un orden qué intercambia como fichas los principios de los derechos humanos por los intereses comerciales a corto plazo- es un orden destinado a, diluirse en el caos, acarreando el desorden a todo el Asia oriental y al resto del mundo.

Una de las lecciones más importantes que las víctimas de la matanza de Tiananmen nos han legado es que la vida humana es algo muy frágil, y que cualquier pequeña, pérdida de orden puede privar a los individuos de su derecho a existir.

Con esta lección en la mente, no podemos tomarnos a la ligera ningún peligro oculto dejado por Deng. El tiempo de Deng ha pasado, pero, su régimen continúa. No deberíamos hacernos ilusiones de que una China estable depende de la posibilidad de barrer los restos de la época de Deng.

Fang Lizhi, "el Sajarov de China", es uno de los disidentes más famosos de China. Astrofísico, se libró de ser arrestado durante los sucesos de Tiananmen, en 1989, pidiendo asilo en la Embajada de Estados Unidos en Pekín, donde permaneció un año hasta que pudo ser trasladado en Secreto a EE UU, donde ahora vive exiliado.

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