Un rumiante surrealista
El compositor de 'La vaca lechera' cuenta que la letra la escribió un policía secreta hace medio siglo
"Tengo el éxito, tengo el éxito". Fernando García Morcillo paró en seco el ensayo de su orquesta en la sala J'ai de la madrileña Gran Vía al oír los gritos de Jacobo Morcillo. Cuando acudió al reclamo de su alterado compañero se encontró escrito en un libreto algo tan surrealista como "tengo una vaca lechera, no es una vaca cualquiera". Para quitárselo de encima, Fernando se fue a un locutorio y ante, el solitario piano improvisó unas cuantas notas, las que luego harían famosa a esa vaca tan salada que daba leche merengada, y se olvidó del asunto para proseguir con el ensayo.Corrían los primeros anos cuarenta y el fervor del letrista, un policía secreta, no se apagó. En un viaje a La Coruña paró en una feria de ganado en León y se armó con un cencerro para que el onomatopéyico tolón tolón sonara más real. A su vuelta a Madrid se presentó de nuevo ante el maestro García Morcillo. "Como no sabía qué hacer, hablé con el encargado de la sala y le comenté que tenía un compromiso con Jacobo. Le conté que era policía. Y él me dio la solución". El remedio no era otro que estrenar la hilarante cancioncilla esa misma noche, antes de que empezaran a llegar los clientes, ante un reducido público compuesto por los camareros, los artistas y las madres de los artistas. El letrista se quedaría satisfecho y el rumiante seguramente pasaría al olvido.
Antes de estrenar la canción, Morcillo repartió entre el escaso auditorio la letra, ilustrada con una hermosa vaca matando moscas con el rabo. Cuando el compositor levantó la batuta, ya no pudo parar hasta la madrugada. "Entraron los dos primeros clientes y el tolón tolón ya no dejó de sonar hasta las cuatro de la mañana. El público lo cantaba aquí, en la calle, en el Rex, que estaba enfrente. Aquello fue un reguero de pólvora que nadie podía detener". El éxito fue tal que los franceses la incorporaron a su cancionero infantil y el cencerro resuena todavía hoy en los colegios galos.
La Sociedad General de Autores va a editar un libro sobre la vida y la obra de Fernando García Morcillo, quien sigue, riéndose a sus 80 años al recordar aquel episodio. Aunque orgulloso del éxito, le duele que muchos le conozcan sólo por la dichosa vaca cuando alguno de sus boleros, como María Dolores o Viajera, o la popular Tuna compostelana, han dado la vuelta al mundo en la voz de los más importantes intérpretes.
El octogenario compositor nació en 1916 en Valdemoro. Hijo de un músico militar, llegó con siete años a la capital y cultivó la afición por la música inculcada por su padre. Tras su paso por el conservatorio, montó una orquesta con otros cuantos aficionados al jazz, un género prácticamente desconocido en Madrid. "Apenas éramos diez personas las que nos reuníamos para escuchar las últimas grabaciones de Duke Ellington y de los otros grandes. Nos fuimos de gira a Barcelona, donde la afición era mayor, y desde allí recorrimos Europa". En el extranjero le llegaron los ecos de la guerra civil, y al terminar la contienda, decidió regresar.
Tras pasar por un campo de concentración, el precio por no haberse decantado por dar tiros, el músico montó su orquesta, que alternaba con la composición. "Amaba el jazz, pero no daba de comer". Por eso buceó en géneros más populares. A finales de 1941 tuvo su primer éxito con Mimi Mimosa, un fox-trot que interpretaba la vocalista Dina Celli.
Poco después llegaría La vaca lechera y también sus incursiones en el teatro, donde ha puesto música a más de noventa revistas y comedias musicales. "El teatro es, sin duda, donde más he disfrutado. Entonces tenían orquesta y desde allí tomabas el pulso a las reacciones del público. Les oías toser, moverse, y sabías en todo momento si la obra les gustaba o no. Yo lo pasaba fatal".
Sobre todo, porque en el Madrid de entonces -los cuarenta y cincuenta- el espectador "se integraba en el libreto y formaba parte de él". Su pasión era tal que no escatimaba virulencia en caso de disgusto y los pateos eran frecuentes. "Yo he vivido dos pateos. El primero, en 1946, cuando se estrenó en el teatro de La Comedia Zafarrancho, una obra que acabó como su nombre indica porque el empresario decidió cambiar el tono de la segunda parte. Al acabar el primer acto, todo eran felicitaciones. Cuando el público se sentó de nuevo y vio cómo discurría la historia en la segunda mitad, montó una de cuidado. Desde entonces me negaba a dejarme agasajar en los intermedios. Decía siempre que esperaran hasta el final".
El segundo pateo lo sufrió años más tardé, en el estreno de Aquí Leganés, una comedia que supuso el debut del cómico Antonio Garisa, en el teatro Martín. Las iras del público, como pudo comprobar el maestro, nada tenían que ver con la obra, sino más bien con la actitud de los familiares de la primera vedette, Virginia Matos. "De ella se decía que no hablaba ni cantaba, pero que no importaba porque todo lo decía con el cuerpo y, sobre todo, con las piernas. Cuando empezó a cantar un pasodoble, su familia, desde un palco, empezó a gritar: 'Ole mi niña, ole mi niña'. El público se puso de uñas y empezó un pateo tan sonoro que se movía todo el teatro".
García Morcillo siguió adentrándose en todos los géneros. Tunas, boleros y esa vertiente humorística que descubrió con La vaca lechera y que ha dado títulos como Te llamas Rodríguez o El dedo gordo del pie que "por la punta del zapato feo y chato se te ve", canturrea.
Satisfecho con su prolífica obra, García Morcillo sólo se queja del olvido al que se condena en este país a los autores. Los éxitos se asocian a los intérpretes y cuando un tema, como María Dolores o Viajera, pasa por tantas voces, "se dice que es popular y del compositor ni palabra. Ese anonimato se lleva mal".
No obstante, quizá por ese humor del que ha hecho gala en muchas de sus composiciones, se siente halagado porque Manolo Cabezabolo haya recuperado su Tuna compostelana en una versión casi tan surrealista como si la hubiera firmado el propio maestro. "Es un genio ese chico haciendo letras", dice mientras su hijo apostilla. "Que un personaje como Manolo grabe una canción como ésa es lo mejor que le puede pasar a un hombre de 80 años". Mientras tanto, el maestro se queda repitiendo eso de "cuando la tuna te dé serenata, no te enamores, tonta del haba".
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