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La asistenta

Encontré a la vecina en el rellano de la escalera, hecha un mar de lágrimas. Es una señora mayor, viuda inmemorial de funcionario, a quien recuerdo siempre con las piernas hinchadas. "Es la circulación", suele decir con humor, "tan mala como en la Red de San Luis". Lloraba y maldecía, con gran soltura, sin aparente dificultad. "Me deja la Neme; esa zorra inútil, desgraciada, con lo que yo hice por ella". Omito lo más granado de los denuestos, que imagino aprendidos en los espacios de televisión más espectaculares y en las películas de producción nacional. Conozco de vista a la referida; otra mujer de edad semejante que, mediante un estipendio convenido, aparece dos o tres días por semana, no perdona puente, fiesta de guardar o autonómica y trata, con diverso éxito, de desempeñar las tareas penosas del hogar. O sea, la asistenta, sin que esta somera descripción empañe la prez de las que, en su género, sean dechado y paradigma. Quienes disfruten de una competente ayuda y colaboración en este terreno difícilmente añorarán cualquiera de los estados civiles conocidos. Estoy entre los afortunados y procuro no envanecerme por ello.He aquí, sintetizada, la tragicomedia doméstica: Nemesia -la Neme, para los conocidos- hace lo que el 74% de cuantos trabajan por cuenta ajena en tareas domésticas: desplegar un variado repertorio de excusas cuando llegan tarde, para marcharse pronto o simplemente no aparecer, husmear entre los papeles, el correo recibido, las facturas satisfechas o aplazadas y manipular los chismes electrónicos que pueblan la morada. También adquirir cuantos productos congelados o de limpieza anuncian las televisiones, incluidos suculentos premios. Para desgracia de mi vecina, la Neme se ha visto favorecida con un viaje a Cuba en fecha fija, o sea, fuera de temporada. Allá se propone ir, acompañada de un familiar.

El problema revestía caracteres dramáticos, pues la dama adyacente esperaba la visita de un hijo divorciado, con los nietecillos, en las inmediatas vacaciones de Semana Santa. Sola ante el peligro, desamparada, ya que, pese a la variada nómina de fallos, vicios e incompetencias, la Neme realiza multitud de tareas irreemplazables: baja la basura, hace la compra -tras la sospecha de una moderada y continua sisa-, trae los boletos para rellenar la Primitiva y ejerce virtud de ser habilidosa con la plancha.

La presunta viajera es irreductible: irá por encima de todo. Los halagos no hicieron mella en su propósito y estaban descartados las amenazas y desplantes por parte del sector empresarial, dada la situación en que se encuentra el mercado de trabajo, rama empleadas de hogar. La maldecida Nemesia -extracto la prolongada exposición de agravios, soportada con la puerta del ascensor abierta y una bocanada de airadas voces llegadas desde abajo-, la Neme, es viuda, con hijos ya mayores y residentes en lugares remotos, situación familiar bien aparejada cuando uno se dedica a los demás, visto desde la egoísta perspectiva de la patronal. La experiencia demuestra que las mujeres dedicadas al menester asistencial, casadas y con descendencia impúber, jamás se ven libres de los cuidados que comporta la prole: vacunaciones, negociación con el pediatra, búsqueda de colegio, matriculación, llevada y recogida diaria y cuanto precisan los no emancipados. Se desconoce el caso de asistentas casadas cuyos esposos tomen sobre sí o compartan estos quehaceres, siempre realizados en horario laboral. Hice lo posible -o sea, muy poco- por mitigar el desconsuelo de mi vecina, reteniendo mentalmente algunas inéditas expresiones, ásperas y crudas, por cierto, dirigidas a la empleada, a las pausas publicitarias televisivas y a cómo está el servicio, Señor.

Al regresar de mis tareas matutinas escuché su voz, departiendo animadamente con mi propia asistenta, en la cocina, charla que cesó al apercibirse de mi presencia. Después del verano, tras un esfuerzo sobre mi ajustada economía y porque se lo merece, le había subido el sueldo. He vuelto a hacerlo, cancelando las esporádicas visitas al bar de costumbre, pues sospecho que me la quieren quitar. En situaciones como ésta, de apuro, el prójimo, el vecino, el familiar incluso, no tienen entrañas ni miramientos: son peores que los milicianos hutus.

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