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Mundo, demonio y carne

La lujuria abarrotó el baile de máscaras en el Círculo de Bellas Artes

Piratas, egipcios, moros, arlequines, marcianos, toreros, monjes, enanos, margaritas, presidiarios, grouchosmarx, enfermeras, dráculas, bandoleros, chachas, pelucas de todos los colores, aventureros, geishas, rambos, harposmarx, travestis, diablos, elfos, un capitán Hadock sin Tintín, camareras, indianasjones, napoleones, maderos, gatitas, superwoman, zorros, rnariantonietas, un paquete de El Corte Inglés, hamburguesas, un cucurucho de patatas fritas, Pocahontas y hasta la pirámide de Keops y la carabela Santa María pasaron la madruagada del domingo por el carnaval del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Era la gran mascarada, la fiesta que habían bautizado sus organizadores como Carneval, y que respondía a la llamada de los pecados de la carne.La intención de este tradicional baile de máscaras y disfraces, que cada año por esta fecha abarrota los salones del Círculo de Bellas Artes, era "glosar el pecado frente a la mojigatería reinante", según habían anticipado días antes de la celebración sus organizadores.

Aquellas intenciones se cumplieron ampliamente por los asistentes. De alguna manera, escondida en cada espectacular disfraz, fue la lujuria la protagonista de la noche más especial del Círculo madrileño.

La desinhibición reinó y, aunque enmascarados, era como si todo el mundo se hubiera quitado el otro disfraz, ése que acompaña la vida cotidiana, quizá aburrida, aguantándose las ganas de echar una cana al aire. Aunque sólo fuese por un día.

PASA A LA PÁGINA 6

El baile de máscaras llenó el Círculo de Bellas Artes

VIENE DE LA PÁGINA 1"El comportamiento de la gente es ejemplar. Todo el mundo se mete mano, pero no hay ni un mínimo mal rollo", decía Diego Manrique, que desde la cabina de discos de la gran olla del piso superior animaba a bailar lo mismo con música afrocubana que con swing, funky o soul.

El baile de máscaras consiguió abarrotar las salas del Círculo de Bellas Artes. En la planta de abajo, el disc jockey Goofy pinchaba rumba y salsa, y entre los dos pisos, un enorme espacio semioscuro mostraba los últimos adelantos del entretenimiento erótico. Paco Clavel, para el que todo el año es carnaval, vestido con bolsas de basura, invitaba al público "a aplaudir como cerdas" cuando inició su actuación.

Puro glamour y encaramado en sus amplias plataformas púrpura, Clavel le dio -a la canción ye-yé que invita al desternille. Después de él vino El Chaval de la Peca, que es en lo que se ha transformado Marc Parrot de tanto acudir a los karaokes de Barcelona. Cantando por Los Brincos como por Los Chunguitos, Parrot aliñó una faena de esas que con el tiempo se recordarán como enormes y con las comparsas pasándoselo en grande.

Paleta en mano, el pintor Velázquez no perdía ripio de todo lo que sucedía, como si luego quisiera ir al Prado a incorporar algún elemento carnavalesco a sus Meninas o a su cuadro de Las lanzas. Hubo también funk-metal con rap a cargo del grupo madrileño Super Skunk; lolailo con Los Tigres de la Rumba, y versiones punkis con Micromachines. Por un rato el paraíso fue posible: todas las tribus de la aldea global, jóvenes y viejos, gordos y flacos, feos y guapos, rubios y morenos, convivieron en armonía. Y desenfreno.

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