El Oviedo abofetea al Barça
El equipo de Lillo remonta un 2-0 y araña un punto en el último minuto
, Otra vez pañolada, otra vez gritos, otra vez silbidos. No chuta el Barça. Ayer le abandonó todo: su instinto asesino ante el gol, eso que le ha permitido sobrevivir con dignidad y disfrazar sus carencias; y hasta la suerte, fallando dos goles cantados Iván de la Peña y encajando el tanto del empate en el último suspiro. La alegría por derrotar al Madrid en la Copa se quebró con estruendo. El Oviedo dejó al Barça con cara de tonto y le puso otra vez los pies en la tierra. La rabia de Luis Enrique dando patadas al aire fue todo un poema. Toca de nuevo morder el polvo. Puede decir el técnico que son deshonestos o que olvidan el fair-play quienes sacan el pañuelo. Pero ayer, medio estadio metió la mano en el bolsillo como ya lo hizo ante el Celta o el Hércules. Con la vuelta de la Copa en el Bernabéu, le aguardan días difíciles al Barça.Este equipo es como un tiovivo que sobrevive a golpe de inspiración, de alguna jugada genial de sus hombres, de fogonazos brillantes. Capaz de remontar ante cualquiera y de perder ante cualquiera. Tan desconcertante como su misma hinchada, que se queda fría después de ver seis goles y que solo sabe establecer una comunión única con su equipo ante el eterno rival, el Madrid. El Barça marcó dos goles en 16 minutos de la segunda mitad y dejó que Oli, el líder de un grupo aseado, discreto y bien puesto, remontara en 14.
El empate se produjo el día que Robson optó por la fórmula más conservadora. Tenía dos plazas para ocupar las bajas de Ferrer y Popescu y la duda principal residía en si se atrevería a retrasar otra vez a Luis Enrique al puesto de lateral después de que se hubiera destapado como goleador en los últimos partidos. Su elección fue meridiana: el ex madridista regresó a la defensa, Amor sustituyó al rumano -lván de la Peña quedó descartado tras el fiasco del día del Hércules- y Giovanni, revalorizado tras marcar ante el Madrid, regresó al once titular.
No jugó el Barça ni mejor ni peor en la primera mitad que otras veces. Fue el mismo equipo plano, algo simplón, que aguarda un momento de lucidez de Guardiola para que envíe un pase letal, que alguna vez le salga alguna jugada a Figo, por quien rota buena parte de la apuesta ofensiva del equipo, y que espera una aparición explosiva de Ronaldo. A este equipo siempre le salva su descomunal instinto de gol: antes de ayer había marcado 60 tantos en 21 partidos, una cifra que iba directa al récord. Y sin el gol, la magia, la salsa, la esencia de este deporte, el equipo de Robson se queda desnudo, extremadamente raquítico.
Quizás espoleado por el fantasma del Hércules, recordando el desastre de hace un mes, el Barça intensificó su pegada tras el descanso. Ronaldo encadenó dos ocasiones y falló una tercera por chocar con Amunike, justamente el jugador que Robson decidió sustituir. No había aportado muchas cosas el nigeriano, aparte de su innegable voluntad y de centros imprecisos. Todo lo contrario de Pizzi, cuya entrada fue providencial. Lo suyo fue salir y besar el santo. Tocó un balón al palo y dos minutos después, en una acción acrobática, marcó.
El gol imprimió velocidad, toque y lucidez al Barça, que logró un oasis de buen fútbol de 15 minutos en el desierto que fue el partido. El grupo de Lillo borró el espejismo. Oli falló un gol cantado, pero después vio a Baía adelantado y marcó. Llegó el guión de siempre: nervios, silbidos, gritos de apoyo al equipo. Robson jugó fuerte y decidió incluir a Oscar e Iván de la Peña. Se acordará Robson de su apuesta por la cantera: Lo Pelat, seguramente presionado, se emborrachó de sed de gol y quiso marcar. No vio o no quiso ver a Ronaldo que estaba tremendamente solo a su lado. Iván erró después una jugada calcada. No hubo mucho tiempo para más. Solo para el gol de Oli, que colocó otra vez al Camp Nou a unos orígenes que le cuesta perder: pañolada, gritos de ¡fuera, fuera!. Habrá que preguntarle a Robson si también ellos actuaban sin seny y sin fair-play.
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