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ESTAMPAS COTIDIANAS

Miguel Induráin jubilado

Golf, recados y poca bici

Carlos Arribas

, Por lo que se puede saber, el único gesto que ha tenido Miguel Induráin con la excepción en este primer mes que acaba de cumplir como jubilado ha sido el de acercarse a un club de golf navarro, Gorraiz, e inscribirse en las clases para principiantes. Si seguimos considerando el deporte de los tees y los greens algo elitista, es también la única concesión que ha hecho el ya ex ciclista, de 32 años, a su estatus de multimillonario. Y si no, si el golf es propio de rentistas y ociosos, lo sabido por todos. Pese a su abultada cuenta corriente, Miguel Induráin sigue siendo el tranquilo hijo de agricultor a quien la fama conseguida triunfando sobre una bicicleta no ha supuesto más que un paréntesis en su ideal de vida: ante todo, mucha calma. Aunque también empiece a darse cuenta y a cogerle el gusto a lo que quizás todo el mundo menos él sabía: es una figura única con obligaciones únicas con la sociedad.Después de Reyes, Miguel Induráin entró en la rutina soñada. Se apartó al último moscón periodístico con un "el pasado está pasado y no pienso hablar más de ello", y se encerró en su chalet adosado de Olaz, pegado a Pamplona, con su mujer, Marisa, y su hijo, Miguel, de poco más de un año. El teléfono de su casa no dejaba de sonar, ni el timbre de su puerta. Llamadas de decenas de empresas, bancos y demás, deseando contratarle para altas misiones de relaciones públicas; visitas directas de personajes también solicitándole que siguiera cumpliendo su misión con la sociedad y, de paso, para hacerse una fotografía con él: Paloma Gómez Borrero, llevándole recuerdos del Vaticano; Alejandro Rojas Marcos, pidiéndole que entrara a formar parte del grupo de apoyo a la candidatura olímpica Sevilla 2004; Colomán Trabado, emisario del Consejo Superior de Deportes, para que aceptara un cargo de representación del deporte español en el mundo...

En un principio no dijo que no a nadie, simplemente les pedía tiempo para pensarlo. Mientras tanto, hacía vida de retirado. Por las mañanas cogía el coche para bajar a Pamplona a hacer recados; por la tarde, cogía la bicicleta para seguir manteniéndose en forma. Un anónimo padre de familia.

Y sin embargo, todo empezó a cambiar poco a poco. Los analistas enseguida descubrieron la primera clave: "Induráin está engordando", se dijeron unos a otros. Los observadores más cercanos dieron con las siguientes: Induráin, en la grada, no en el palco, del Sadar viendo a Osasuna; Induráin en el tablado del circo de Miliki; Induráin sale poco en bicicleta y cuando lo hace no es en la Cannondale de medio kilo, sino en la de montaña acompañado de su perro Athos. "Hace malo en Navarra", le disculpan, "cuando su hermano Pruden regrese de la Vuelta a México se irán todos a entrenarse al sol de Benidorm".

Tras los tímidos primeros pasos, Induráin decide dejar de ignorar la agenda de actos sociales. Parece convencido de que no puede llevar su solitaria vida retirada quizás deseada. Pasa un fin de semana en Barcelona rodeado de periodistas, en el que, consecutivamente, visita la concentración del Fútbol Club Barcelona, come con el secretario de Estado para el Deporte, Pedro Antonio Martín, y acepta su ofrecimiento de embajador del deporte español; se deja imponer la medalla de oro y brillantes del Barça y acepta también acudir a Lausana en marzo para apoyar la candidatura olímpica sevillana. Allí, en tierras suizas, será el encargado de abrir el fuego. Hablará Induráin antes que ningún otro español para tratar de convencer al COI de la conveniencia de escoger Sevilla como sede olírnpica. En el guión de discursos de la delegación andaluza en Lausana, el nombre de Induráin aparece cronológicamente en primer lugar.

Sigue pasando las hojas de su agenda y ve que tiene que ir a Oviedo y Ribaforada (Navarra), donde han puesto su nombre a una calle. Y ve que no puede posponer más otras solicitudes. De su idilio con la bicicleta sólo se tienen noticias de un acto: una carrera de cicloturistas para dentro de unas semanas, en Peñas Alas (Navarra), en la que participará como un aficionado más de los 4.000 que correrán la prueba.

Induráin se ha dado, por fin, cuenta de lo que significa para la gente. El anonimato, al garete; también, quizás, el tiempo para aprender a jugar al golf y para intentar mantener el perfil en bicicleta. Pero, pese a todo, una cosa no ha cambiado en el tozudo navarro: no hablará del pasado.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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