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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Vascos comunicantes

EL 'LEHENDAKARI' se reunió ayer con representantes de los tres partidos (PNV, PSOE y EA) coligados en el Gobierno que preside. El objetivo es intentar un acuerdo que desbloquee la Mesa de Ajuria Enea, paralizada desde hace meses. Sin duda piensa Ardanza que un acuerdo entre los tres socios que comparten responsabilidades de gobierno será más fácil que entre los seis partidos (los anteriores más el PP, IU y Unidad Alavesa) presentes en la Mesa.Ojalá que acierte con su iniciativa, pero el acuerdo sólo será operativo si acaba comprendiendo a todos. La idea de que si el consenso no es posible hay que funcionar por mayoría es absurda: el juego mayoría-minoría, y su manifestación como Gobierno-oposición, se despliega en el Parlamento. El pacto nació como un acuerdo para escenificar ante la ciudadanía la convicción de que, mientras persista la violencia, todos los partidos demócratas estarán del mismo lado, con independencia de su pertenencia al Gobierno o a la oposición y de su condición de nacionalistas o no, de derechas o de izquierdas, etcétera. Por eso ha venido funcionando por consenso.

Ese planteamiento, el fundacional de 1988, entró en crisis hace cuatro o cinco años. Por una parte, la debilidad de ETA tras la caída de Bidart fue interpretada por algunos partidos como la ocasión para llegar a un acuerdo negociado, y, con ese argumento, varios de ellos (con el PNV y el PSOE a la cabeza) se plegaron a las exigencias de los terroristas respecto a la modificación de la autovía de Leizarán. Por otra, sectores nacionalistas comenzaron a plantear la teoría de que si los violentos no se mueven, deben hacerlo los demócratas, ofreciendo alternativas que atraigan al mundo radical. Esa combinación entre oferta de negociación sin principios y demostración práctica de que la violencia sirve para hacer ceder a los demócratas ha resultado agua de mayo para ETA y HB y letal para la Mesa de Ajuria Enea.

Ardanza, presionado por su partido, ha carecido de autoridad para asumir la responsabilidad de acabar con esa confusión; por otra parte, tan desmoralizadora para la población. Se ha limitado a constatar la ruptura del consenso y a pedir sugerencias a los partidos. Cada cual ha presentado las suyas y el lehendakari, desde una neutralidad asimétrica, ha considerado todas igualmente válidas: tanto las que insistían en volver al consenso de demócratas contra violentos como las que proponían romper la unidad de los demócratas en aras de buscar la de los nacionalistas. Latiguillos como "ya somos mayorcitos" (para hablar de cualquier asunto; por ejemplo, la autodeterminación) no sustituyen al necesario discernimiento. Todo ello ocurre en un momento en que la estrategia de intimidación de la población teorizada por KAS y aplicada por su rama juvenil coloca a la mayoría de los ciudadanos en una situación de hartazgo cuyas consecuencias tal vez los gobernantes no han sabido valorar.

Así parecen confirmarlo, entre otros síntomas, las reacciones del lehendakari, por una parte, y el PNV, por otra, a la carta de los 22. universitarios, escritores y profesionales vascos que pedían a Ardanza "la decisión política de garantizar eficazmente los derechos y libertades de la ciudadanía". Tanto Arzalluz como su portavoz en Madrid, Anasagasti, han superado los límites de la decencia intelectual y moral al responder a esa respetuosa petición -no dirigida al PNV, sino al presidente de un Gobierno tripartito- con descalificaciones y acusaciones (pronunciadas en un país en el que las palabras no se las lleva el viento) que hubieran avergonzado a nacionalistas demócratas como Aguirre, Irujo o Laridaburu.

Por ejemplo, la referencia a la protesta contra las agresiones a la librería donostiarra Lagun como "un rasgarse las vestiduras ante el ataque a un amiguete de historial revolucionario", o la sustitución de la "larga mano" del Cesid observada por Arzalluz en la Ertzaintza por un nuevo chivo expiatorio, EL PAÍS, cuyas críticas al nacionalismo serían consecuencia de que el PNV no apoya la plataforma de televisión digital de PRISA. El agua ya llega hasta la cintura, pero la orquesta sigue tocando.

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