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FÚTBOL 21ª JORNADA DE LIGA

Los goles no calientan el Camp Nou

El Barça despacha al Rayo con un juego más efectivo que sólido y vistoso

Àngels Piñol

Media docena de goles y para casa. El Barça despachó al Rayo con una actitud de funcionario aplicado y trituró el fantasma del descalabro ante el Hércules. El grupo de Paquito lo puso fácil: su defensa murió de inanición.Pero nadie se llama a engaño: los seis goles maquillaron un partido que no despertó entusiasmo en la grada. Ni convence este equipo ni seduce su fútbol. Y, dentro de tres días, no se vislumbra que la defensa del Madrid sea un queso gruyére como la de los de Vallecas. No hay nada peor que abandonar un estadio con seis goles en el cesto y tener la certeza de que el equipo no marcha. Ni siquiera el hattrick de Ronaldo alimentó el optimismo.

La situación no permitía muchas alegrías. Robson confió en los mismos hombres que golearon al Betis y sólo dio descanso a Blanc para reservarlo ante el Madrid. Giovanni, el otro brasileño, y Stoichkov, los dos fichajes de la directiva, calentaban banquillo y grada. Pocas bromas: pesaba aún en el ambiente el estrepitoso ridículo ante el Hércules y el miedo a saber qué Barça, que parece una montaña rusa, tocaba en suerte: si el que es capaz de vencer en Riazor o en el Villamarín, salvando momentos más que delicados, o el que había cerrado y abierto el año con la censura del público ante el Celta y el Hércules.

Fue un encuentro de guante blanco. El Barça se deshizo con una pasmosa facilidad del Rayo gracias a que exprimió como un limón la mejor virtud que atesora: su eficacia brutal ante puerta. El grupo azulgrana continuó siendo un puñado de futbolistas descolocados, que sobreviven sin centro del campo y que aprovechan las galopadas por las bandas de Figo y de Sergi, de las piernas de Ronaldo y de un hombre que convierte en oro todo lo que su cabeza toca: Luis Enrique.

El asturiano salvó con su fe el complicadísimo partido en el campo del Betis y ayer abrió, de jugada de pizarra, el compromiso ante el Rayo. Ganaba el Barça a los 13 minutos. La grada suspiró aliviada.

El partido se contagió de un ritmo alocado: No había juego, pero empezó una vertiginosa cascada de goles y de jugadas dudosas. Ronaldo demostró que no es Dios: envió a las nubes un remate en solitario ante Contreras y el Rayo respondió desplegando el fantasma del Hércules. Klimowick se zafó de un defensa, tuvo tiempo de ver como Vítor Baía estaba adelantado y envió una vaselina que rebotó sobre la misma línea de gol. Una jugada para congelar en televisión. El Rayo casi ni reclamó gol. No tuvo casi tiempo después de reaccionar ante el segundo tanto del Barça -Sergi, un zurdo, pegó un potentísimo disparo con la derecha- y ante el tercero, de Ronaldo. El recuerdo de Zaragoza fue inevitable: Ronaldo dejó sentado a Contreras, se escoró demasiado a la derecha, el balón se paseó por la línea de gol, rebotó en un poste y un defensa del Rayo la sacó de la portería de cuchara. Ronaldo no suele mentir: no se le conoce que se haya tirado a la piscina. El brasileño reclamó gol, el árbitro consultó durante unos minutos con su línier y lo condeció ante la sorpresa y algarabía de la grada.

Quedó el Rayo visto para sentencia. Llegaron dos goles más -otros dos de Ronaldo- y el equipo, más tenso que en otras ocasiones, se dedicó a contemporizar con el marcador que señalaba un clamoroso 5-0. Robson dio, tras el descanso, salidas a los suplentes y reservó a sus titulares para el Madrid. Es difícil falsear la realidad: el Barça puede golear, pero no crece. No se salvó tampoco de silbidos de desazón. Este equipo es el más eficaz de la Liga, pero su fútbol tiene una consistencia de cristal.

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