Naufragio del Rayo en una piscina indigna
Fue un partido imposible, desesperante. Un sufrimiento nada piadoso para sus protagonistas y para quienes hasta Vallecas se acercaron con la lógica pretensión de presenciar algo de fútbol, que de eso se trata. Y un martirio para un balón que lloró lo indecible, que voló dolorido de acá para allá sin rozar siquiera el césped, que de alguna manera hay que llamarlo, de Vallecas. Un balón sometido a torturas por culpa del patético estado en que la lluvia dejó el piso del estadio.Encima de un indigno barrizal intentaron 26 futbolistas desarrollar su profesión. Loable propósito. Y vano también. Fue uno de esos partidos en los que el mejor es el que más se mancha, el que más se desfigura, el que vuelve al vestuario con los colores de su traje ocultos por el barro. Fue un partido para esos jugadores a los que el tópico define como de rompe y rasga, incansables, furiosos. 0 sea, Cota. Pero como Cota, o Alcázar, no deciden, el Rayo perdió. Y perdió ante un rival que mostró lo único que podía mostrar en tamaño lodazal: arrojo, sudor y músculo. Exactamente lo mismo que su rival.
La chocolatera de Vallecas
Que nadie buscara a Marcos Vales, Moreau o Tomás en el fregado. Porque estaban, pero como si no. Fueron figuras de barro que hundieron todo su fútbol en la chocolatera de Vallecas. Donde estaba prohibido el toque, el regate y esas cosas que aseguran que esto es un espectáculo. Con tales argumentos, aquello tenía que resolverse en una acción idiota, en la que el balón botó, primero, mal, para frenarse luego en un charco, qué mareo, y que David Cano llevó a la red de un zapatazo seco, que fue creciendo, que fue definitivo.El Rayo gozó de muchas y buenas ocasiones. Alguna de ellas, como aquella vaselina de Klimowicz mediada la segunda parte, mereció mejor premio que lamer el larguero. Sólo las condiciones del césped evitaron que se hablara ahora de un golazo. Pero de lo que se debe hablar es de una estafa futbolística. Y considerar héroes a los que sobre Vallecas lucharon por no naufragar. Sin conseguirlo. Ganó el Sporting como pudo ganar cualquiera. Pero el que perdió fue el fútbol y, sobre todo, la autoestima de quienes permitieron que ayer se fraguara aquel sinsentido, aquel fraude, aquella mentira de partido.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.