Dos amigos
Por fin aquella familia tan pobre había creído alcanzar un poco de felicidad: su hijo de 11 años había conocido a un niño muy rico cuyos padres pasaban las vacaciones en un hotel de lujo en el pueblo. Los niños jugaban en la misma plazoleta y allí se habían hecho amigos. Un día los padres del niño rico invitaron al niño pobre a comer en el gran hotel y era la primera vez que éste iba a entrar en un sitio tan elegante. Los padres del niño pobre tuvieron que pedir limosna para comprarle a su hijo desharrapado una camisa y unos pantalones, pero ellos se consolaron pensando que la criatura iba a participar en un banquete que no olvidaría. En el comedor del gran hotel el niño pobre degustó una sopa a las finas hierbas, lubina en salsa verde, faisán con guarnición de chalotas y pasteles de postre. Los padres del niño pobre creyeron que esta felicidad continuaría durante las largas vacaciones, pero al día siguiente el niño rico cayó por casualidad en la humilde casa de su amigo y, allí probó por primera vez unas miserables gachas, un poco de calabaza y unos altramuces. El niño rico quedó fascinado. A partir de ese momento su único capricho consistió en comer todos los días en el corral de esta pobre familia en compañía de su amigo y de una cabra que allí había, y la madre del niño pobre hacía un esfuerzo sobrehumano por complacer al niño rico. Cada mañana buscaba comida para alimentar una boca más cuyo apetito era salvaje y creciente. Al niño rico le gustaba mucho el, pan de serrín, el potaje de garbanzos con nabos, el agua de borrajas, un infecto guiso con cardos. Mientras el niño rico devoraba estos alimentos, el niño Pobre soñaba con los salones y espejos del gran hotel que nunca volvería a visitar y con aquellos exquisitos manjares que un día probó. Después de muchos años también el niño rico conservó la memoria de unos extraños sabores nunca repetidos que ya no podría separar de la imagen de aquel amigo desharrapado y de aquella cabra que no cesaba de balar.
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