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Tribuna:COMER, BEBER, VIVIR: FELICIANO FIDALGO
Tribuna
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Buey, camarón, centollo, percebe..., alias 1997

Quien no haya acariciado con todas las espiritualidades de sus ensoñaciones, acumuladas en los cielos estrellados de 1996, un buey de mar de 3.900 pesetas kilo, que diligencie los haberes de su bolsillo. San Silvestre es para vivir las fragancias de un centollo de 6.900 pesetas kilo y un bogavante de ley a 8.800 pesetas kilo. No hay que ceder.Nochevieja no es una celebración, ni un rito, ni un disloque: la media noche de este año último y la otra media de la aventura de 1997 son un marisco, una mariscada o un encendimiento de la sangre, atizado con amor elegantizando el marisco con un Rosal Viña Ludy o un Jean Leon del Penedés, que hace pareja, como igual acaece con una ración de gambas o de langostinos. Es temblor de gozo, vinos, mariscos, locuras.

He recorrido autopistas y caminos y aceras, y mucho más, para infórmar sobre los pobladores de unas horas que la historia cristiana ha querido que sea un tiempo vivaracho, aunque no respire o aunque respire como un minero de siempre: cadáver. Dialogué es truendosamente con las angulas que, sépase, las de más postín, llegan del Miño y restauran los paladares sabios o retocados por un cierto paletismo ricachonzuelo: 43.000 pesetas el kilo. Reojeé las angulas enfarinadas hechas de pescado, a 3.000 pesetas, para engañar a los pobres y ricachuelos bobainas.

Mantuve conversación telefónica con una langosta residente en el Caribe y tuvo la gallardía de confesar que era el preámbulo de la desesperación de segunda división. Mas una langosta de 12.000 pesetas el kilo me predicó: "Nacimos para regodear tu paladar con un vino Albariño nombrado La Val. ¡Mire hacia el cielo!". Y miré y me recreé con una merluza a la gallega de las que crían los dioses en mares de tanta tierra hispana; y al pronto, la merluza chilena, estropajosa, que mercarse puede por una cuarta parte del precio, me maldijo. Y me refugié en la oración: y luego corrí hasta el restaurante Moaña (548 29 14), donde coroné casi la noche... ¡con qué carne y pescado!, en Madrid, esta vez. Perdón.

Y mantuve un mano a mano leal con el centollo de las rías gallegas (ocho o nueve mil pesetas, de acuerdo con la leal exquisitez de Portonovo, un restaurante de la carretera de La Coruña (307 01 73) por la quinta parte del precio de la honra más o menos honrada, picante siempre. ¿Mira con ojo acariciante el pulpo en la Nochevieja?: es preferible que esté congelado, si no hay que apalearlo con fuerzas incluso de forzudo de alquiler para ablandarlo (que se sepa para no pensar mal: son los barcos congeladores los que se encargan de la maniobra de bajura con los foráneos, porque el español es chiquitajo). ¿A nadie le dice nada Orzán de quienes pretenden saber de mariscos y comida gallega en Madrid? Pues un favor: 102, paseo de Extremadura; el camino no es corto, pero el restaurante merece el desplazanuento como el amor merece el amor. Y más le valiera a un mortal un bocadillo de chorizo mediocre que una merluza escamada del lujo. La ley (¿qué ley?) se empeña en que el vino blanco es la amante de los mariscos y pescados (la carne, con tinto, dicen los ingenuos); de acuerdo. Y lo contrario. ¿Quién se atreve a rechazar un Viña Pedrosa, un Vega Sicilia (Ribera), un Villa Real Oro (Rioja), con unos percebes excitantes?

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