_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

"In memóriam"

Le conocí en La ladrona, su padre y el taxista y no hubiera dado entonces un duro por Mastroianni, ahora uno de los emblemas de la cinematografía secular, portavoz de la melancolía caótica de Fellini, y tal vez sea la melancolía caótica el único balance cognoscitivo inocente que nos deje el siglo de las luces fundidas. El primer aviso de que Mastroianni, como la vida , iba en serio fue La dolce vita, pero, lo que me impactó fue el uso del actor que hizo Fellini en Otto e mezzo, tan bien narrado por Camila Cederna en el libro del mismo título dedicado a la trastienda de la película. Ya lo traduje en 1963 por encargo de Carlos Barral, desde la disposición anímica del veinteañero asombrado ante la crisis de identidad del cuarentón Fellini, que delega sus malversaciones íntimas en el actor como médium.Luego Mastroianni demostró que aunque asumía la paradoja del actor -no emocionarse para emocionar-, progresivamente le quedaban en- el rostro las arqueologías de tantos aprendizajes de conductas, por más distanciamiento diderotiano o brechtiano que ejerciera. El Mastroianni de Ginger e Fred, de Fellini, o La nuit de Varennes y Giornata particolare, de Ettore Escola, ya había cumplido el precepto de Pavese: "Todo hombre a partir de los 40 años es responsable de su cara". Con más esperanza de vida, ahora somos responsables a: partir de los 50.

El viernes reprodujeron una entrevista televisiva con Mastroianni. Ecce Horno Pereira. Ojos de animal viejo, melancólico, enfermo y un mostacho hipócritamente melifluo por canoso, ya inútil parapeto ante los otros. Definitiva responsabilidad del rostro, la muerte obscena, reaccionaria, asomaba en las canas agusanadas del bigote de Marcello. Urgentemente comprobé en el espejo la amenaza de mi mostacho canoso, residuo y aviso de un fracasado ocultamiento. Justiciero, me lo afeité. In memóriam.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_