Culpable de conducir un autóbus
Unos desconocidos intentan destruir el taller de zapatos del chófer de un vehículo público quemado en Basauri
Su único delito ha sido conducir un autobús. Pero los comandos Y, de apoyo a ETA, no le perdonan que, por su culpa, seis jóvenes hayan ingresado en la cárcel acusados de tentativa de homicidio y estragos por la quema de ese vehículo en Basauri (Vizcaya). Fue el pasado 28 de septiembre. Esa noche, los subalternos de la organización terrorista no sólo quemaron un autocar público. Esa noche, los agresores no sólo produjeron heridas graves en la manos al chófer. Esa noche, los jóvenes aprendices de guerrilleros urbanos metieron el miedo en el cuerpo de Manuel Fernández.Anteanoche, este gallego, de 59 años, volvió a ver pasar el fantasma del terror. Varias personas colocaron, hacia las once de la noche, tres bombonas de gas y una botella de gasolina junto a la diminuta puerta de acceso del local que utiliza para arreglar los zapatos, en la calle de Santa Lucía del barrio bilbaíno de Santutxu. Después lanzaron un potente artefacto pirotécnico para prenderlo todo. "Oí como el sonido de un petardo y no le di importancia. Cuando salí del bar, había gente junto a la tienda apagando el pequeño incendio desatado", cuenta un joven camarero de un bar cercano.
La rápida acción de los vecinos evitó que las llamas fueran a más, y la parte interior del establecimiento apenas resultó afectada. Un cliente del bar, atento a las noticias de las últimas semanas, interpreta los hechos. "Ya salió en la prensa. El sábado pasado metieron a esos seis en la cárcel. Y ahora, esto. No hace falta pensar mucho, ¿no?", resume.
La Ertzaintza (policía vasca) y un juez de la Audiencia Nacional responsabilizaron a esos jóvenes de un presunto delito de tentativa de homicidio y estragos y de formar un grupo estable para realizar actos de violencia callejera.
De momento, los compañeros de Manuel en el servicio de autobuses han visto pasar la sábana blanca de refilón, pero sienten el miedo como si fuera en sus propias carnes. "La cosa está realmente mal, y Manuel ya nos dice que su único pecado ha sido el de estar trabajando ese día al frente del autobús, como siempre". José Luis Sánchez, sindicalista de LSB-USO, es amigo de Manuel. Tras conocer la noticia, telefoneó inmediatamente a su compañero. Al otro lado de la línea se encontró la voz de su mujer. "La esposa de Manuel no es que esté preocupada, es que está muy asustada. Bueno, como él. Tienen muchísimo miedo. Prefieren pasar inadvertidos y dar al tema la menor publicidad posible", comenta Sánchez.
"Son unos granujas y les están jorobando la vida", denunció ayer una vecina de Santutxu, apuntando con el dedo al taller. Su calendario se ha detenido en el mes de septiembre. En la noche del 28, cuando las manos de Manuel resultaron seriamente dañadas por el fuego provocado por los cócteles mólotov. A los pocos días, su familia colocó un cartel en el cristal, ayer roto y chamuscado, con la frase: "No se arregla más calzado por accidente laboral".
Las manos de Manuel Fernández continúan temblando y, encima, no terminan de recuperarse del todo. "La cosa no va todo lo bien que se esperaba. Tiene dolores y los injertos no acaban de responder bien", aseguró ayer su compañero. Por lo bajini, Sánchez reveló que el propio Manuel le ha dicho que, tal y como va, "igual adelanta la jubilación a los 60 años y se olvida de todo".
Sus compañeros del comité de empresa, con mayoría de UGT y presencia de CC OO y LSB-USO (el sindicato al que está afiliado Manuel), han convocado una reunión para el próximo miércoles para decidir la respuesta ante este nuevo ataque.
Mientras tanto, la familia de Manuel casi suplica por el anonimato, por pasar inadvertida, por enterrar estos meses definitivamente y, con ellos, el miedo. "Han puesto hasta un contestador automático para filtrar las llamadas", dice Sánchez. Su esposa cogió ayer el teléfono, pero simplemente para decir que su marido no estaba en casa y colgar.
"Soy cliente de él y él lo es mío. Me arregla los zapatos y yo le sirvo una consumición. Desde lo del autobús sólo ha vuelto a tomar algo al bar una vez", indica el camarero.
En la diminuta tienda atacada ayer, un par de zapatos abandonados aguardan pacientemente que Manuel vuelva y los arregle.
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