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La 'nueva' ideología

Lo de las comillas va porque, en realidad, el asunto nada tiene de nuevo, aunque siempre ha tenido mucho de ideología. Por no remontarnos muy atrás, recordaremos que en 1964 circulaba ya entre nosotros la traducción de la obra de Daniel Bell que llevaba por título, ciertamente impactante, El fin de las ideologías, y que únicamente un año después Rialp publicaba la obra de Gonzalo Fernández de la Mora El crepúsculo de las ideologías. Final, crepúsculo, ocaso, crisis. Cúmulo de palabras para similar propósito. Acá, entre nosotros, cuando algunos vendían la liberalización del régimen y el turismo daba al traste con no pocas esencias de la católica España, se imponía la tarea de desteñir las fuentes ideológicas que dieran vida al sistema autoritario, sin que, por ello y naturalmente, éste dejara de serlo y caminara fuertemente aferrado a la unidad de poder y descentralización de funciones. La tramoya se transforma sin mutar el argumento. Aparece el imperio de los tecnócratas, la obsesión por el aumento de la renta per cápita, el esfuerzo colectivo del "despegue económico", la filosofía de los planes de desarrollo y algunos señuelos más. Se empezó a no querer saber nada de camisas y luceros, de brazos en alto ni de revoluciones pendientes. En el evento coincidían los intentos, siempre fallidos, de que el Mercado Común nos admitiera, asignatura principal de cada encargado de los Asuntos Exteriores, y el inconfesado propósito de que el autoritarismo continuara tras "la previsión sucesoria" de su fundador. Todo tenía su mística encubridora. Hasta las palabras.Para todo esto, claro está, se universalizaba la tendencia del citado entierro ideológico y surgía, con bombo y platillo, el veredicto. Las ideologías o habían muerto o andaban en crisis. A los ciudadanos lo que les interesaba de verdad era algo bien distinto: las cosas concretas. Lo que se podía tocar y disfrutar: bienestar, veraneo, cochecito, puertas abiertas a la Universidad, su presión de las pruebas en los tramos medios, etcétera. Naturalmente, no se llegó a pregonar la posterior sandez de la desaparición de diferencia entre izquierda y derecha, por la sencilla razón de que la primera lo controlaba todo y permitía únicamente los cambios que no afectaran a lo sustancial del régimen. Y la segunda no estaba. O estaba en los exilios exterior o interno, según los casos.

O mucho me equivoco o algo tan viejo anda recobrando actualidad. El hecho, a mi entender positivo y hasta clave en la última transición, de que la sociedad española se haya centrado en sus demandas y el país se encuentre mayoritariamente oscilando entre un centro-derecha y un centro-izquierda (algo que estudié hace años en un libro científico de esos que solamente leen opositores a cátedra y colegas amigos), precisamente por condicionamiento de un cuerpo social reacio a los extremos, lo encuentro perfectamente lógico por razones que ahora deben quedar al margen. Lo que me temo y asusta es una realidad bien distinta. Y es que, tanto en un lado como en otro, al igual que entre los seudoanarquistas multimillonarios que están por encima de todo, los que participan y los que no, los que votan y los que se abstienen, esté calando esta "nueva ideología". Consciente o inconscientemente. Da igual. Algo, posiblemente lo único, en que coincido con D. Bell cuando escribía: "De este modo, la ideología no solamente transforma las ideas, sino que también transforma a la gente".

En eso estamos. Unos hablan de carencia de valores en eso que el maestro Sartori ha llamado "el estado de la vaciedad del vacío". Pero ocurre que toda sociedad, en cualquier tiempo, ha tenido sus valores. Los suyos. Y creo que lo que pasa es algo bien distinto. Porque, puestos a buscar, valores actuales pueden ser el cambio (eso de "cambiar por cambiar", a ver qué pasa), la vida (la misma vida que los primeros cristianos ofrecían por su credo y que la Inquisición quitaba por la sospecha de falta del mismo), lo que alguien ha llamado el actual "pacifismo de salón", olvidando lo de partera de la historia que D. Carlos atribuía a lo contrario, la juventucracia como incuestionable panacea, lo que "apetece" en vez de lo que "se debe", etcétera. La lista sería larga y llegaría hasta lo que suelo llamar la solidaridad "a distancia" (centros para salvar drogadictos, sí, pero lejos; cárceles para delincuentes, sí, pero lejos; aséptica comprensión del distinto y de lo distinto, pero no juntos; etcétera).

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Y debajo de la "nueva" ideología están también unos valores concretos. Muy, muy concretos. Los del neocapitalismo competitivo de alto alcance. Los de las multinacionales. Los de la economía como único argumento inmisericorde: lo que es económicamente bueno pasa a ser bueno, sin más, aunque deje jirones de desgracias en el camino. Los de la competencia de mercado como medicina salvadora, caiga quien caiga. Los de lo nuevo como negación de todo lo anterior.

Por eso, las consecuencias me parecían claras. Resultan evidentes y recuerdan el tener o ser de Fromm y el sobrecogedor alegato final de El hombre unidimensional, de Marcuse, aunque estas citas recordatorias ya no sean bien vistas. Molestan. Hacen pensar. Crean sentimientos. Y nada de eso es bueno, nada conviene a nuestra "nueva ideología". Para ésta hay nuevos autores, nuevas fundaciones de alcance mundial y, sobre todo, la potencia de todopoderosos medios de difusión. La fuerza del "videopoder", volviendo a Sartori. Compre. Consuma, consuma, consuma. Si, tras la caída del muro de Berlín, me viese obligado a definir la situación, lo haría de esta forma: el paso del comunismo al consumismo. El primero, con la nuda violencia como medio 0 instrumento para conseguir lo que nunca llegó. Lo segundo, con el sutil embaucamiento de lo que ya ha llegado, Y hasta penetrado en todos los sectores sociales. El imperio de la hamburguesa domina tanto al rico como al pobre. La violencia se condena cuando es ejercida por parte de quienes poseen el legítimo y exclusivo derecho a usarla (el Estado y sus instituciones, algo que está en M. Weber, sin ir más lejos), pero no cuando aparece, noche tras noche, en "la peliculita de la tele". Que, por cierto, ya nos vende hasta abundancia de protagonistas negros, frente a decenios de lo contrario. Es lo que conviene al Nuevo Orden. Y el sexo vale para cualquier cosa. Sobre todo, si se trata de venderla. ¡Qué hermosos cuerpos debemos tener todos sin habernos dado cuenta de ello! Maldito el que inventó el espejo.

De esto es de lo que está impregnada nuestra actual sociedad. No le demos más vueltas ni ocultemos a sus engendradores. A quienes conviene que las otras ideologías estén en la UVI. Algunas de las cosas aquí dichas resultan obvias. Se descubren simplemente ejercitando el menester de pensar un poco. Pero, a lo peor, es que sigue en pie lo de lejos de nosotros la nefasta manía de pensar. A pesar de la transición, los hechos diferenciales, los federalismos asimétricos y el aquelarre de la nación de naciones. Y lo peor de todo es que esto ocurre más acá y más allá de los Pirineos. A estas alturas, no estoy muy seguro de que el anarquismo o el socialismo (desde sus condenados estados preagónicos) sigan siendo internacionalistas. Pero no me cabe la menor duda de que el reinado del dólar, la ola privatizadora y la mediocridad no conocen fronteras.

Manuel Ramírez es catedrático de Derecho Político de la Universidad de Zaragoza.

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