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Tribuna:
Tribuna
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¡Pobres pobres!

Llegan las primeras lluvias nieves y escarchas, las primeras inclemencias (palabra cargada de gélido desasosiego) del tiempo, y los burgueses capitalinos volvemos a sortear por las aceras y soportales, y por los hediondos pasos subterráneos de peatones, sobre orines y vomitonas, figuras yacentes tapadas con cartones, plásticos y algún harapo que otro, figuras acurrucadas o arrodilladas bajo una manta vieja de la que sólo emerge una mano como fosilizada que pide limosna. El cielo, gris, gris. Agua-nieve, o vaya usted a saber. Y allá debajo, allí dentro, la infinita soledad de un ser humano en desgracia. Mi pari se carga de santa indignación, igual que el año pasado por estas alturas, y de nuevo profiere las mismas preguntas: "¿Cómo permiten esto, cómo es posible que ocurra?". Y mi respuesta es también idéntica: "Porque no nos los llevamos a. casa, no los socorremos, no les damos techo y cobijo". Y la respuesta me hace sentirme mejor conmigo mismo, aunque al final todo se quede en mera palabrería, pues tampoco este otoño me siento lo bastante capacitado, o liberado, como para predicar con el ejemplo. 0 sea, que no hago incorporarse con ternura a la figura yacente o acuclillada, cubro sus hombros con mi brazo protector y le abro las puertas de mi morada. Me remuerde la conciencia, ¡siempre me remuerde la conciencia en estos casos!, pero, en fin, mejor será aplazar los grandes gestos de fraternidad para el año que viene, a ver si mientras nos toca la lotería, y conformarnos éste con los pequeños gestos de caridad. Depositaremos unas perrillas en la mano momificada, arrojaremos cinco duros junto al cartel de cartón donde se exponen los infortunios de la figura yacente. ¡Ojalá no se lo gasten en drogas!Burgueses capitalinos, he escrito arriba, y por una vez hasta me he incluido en el plural. Y es que, ante un homeless, un sin hogar, un desheredado de la fortuna, cualquiera de nosotros, de los otros, es un burgués. Cualquiera que tenga, qué sé yo, una mano amiga que le conforte, una sonrisa que le ilumine, un techo que le cobije, una cobertura frente a la enfermedad, el paro, un mínimo nivel de educación, un trabajo (aunque sea a través de un contrato-basura), una cama, una ducha, un plato de garbanzos. La VISA, la tarjeta de El Corte Inglés y 23.585 pesetas en la cuenta corriente del Central Hispano.En este rincón del extraño cuadrilátero de la existencia, nosotros, los burgueses. En el opuesto, ellos, los desposeídos, los marginados. No hay que irse a Zaire a buscarlos, están aquí. No hay que gastarse miles de millones de dólares en el intento de hallar restos de posible vida churripuerca en Marte: aquí tenemos vida real, y churripuerca, a manta. No nos da pavor lanzarnos al cosmos para explorar existencias esotéricas, nos dan pavor ellos. Pueden ser peligrosos, ¡con esas pintas, te clavan una navaja y se quedan tan panchos! O contagiarte cualquier enfermedad funesta, ahora, ¡mecachis!, que tenías en su sitio el nivel de colesterol... Nos dan asco, claro, porque "con esa vida que llevan", esa falta de higiene, viviendo y muriendo en la calle como los perros sin amo, tienen que oler que no veas.¡Pobres pobres! Podríamos pensar que lo único que poseen en este mundo es su pobreza, pero no, también tienen mala prensa con nosotros, los burgueses. Evitamos que caigan en la tentación condenándoles a la inanición, nos erigimos en moralistas, de pronto, para disfrazar nuestra insolaridad, para disimular nuestra repugnante tacañería. Si nos pide un joven escuchimizado, no le damos, pues sin duda se lo gastará "mal"; si está algo cachas es que "se lo puede ganar"; si se trata de una viejecilla frágil y harapienta, ¿no será de esas que esconden millones de pesetas en su colchón? Excluimos de nuestro óbolo a los arrodillados, porque lo que quieren es ponernos el corazón en un puño, y eso sí que no lo aguanto, oye. De modo que nosotros, los burgueses, siempre damos menos de lo que podríamos, de lo que deberíamos. Nos producen pena, sí, acaso nos acometa el remordimiento, pero "jo, colega, ya sabes que la caridad bien entendida comienza por uno mismo ..."

Aquí, nosotros. Allá, ellos. Déjenme terminar este triste artículo rememorando a Gustavo Adolfo: ¡Dios mío, qué solos se quedan los pobres!

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