Chicas para todo
Veo, la noche del martes, una noche de lluvia, barro y viento, cómo la esposa de Jordi Pujol entra en el Teatre Nacional de Catalunya. Se inaugura el teatro y ahí está la mujer dispuesta a resistir cuatro horas de Tony Kushner, Angels of the America, esa llamada fantasía gay sobre el fascismo y la muerte. Digo resistir porque es conocido el punto de vista -algo desviado- desde el que Marta Ferrusola observa la homosexualidad y porque confío en Kushner: algo fallaría si al final la primera dama se pusiera a dar vivas como loca. Mientras todo eso sucede, su marido debe de estar recogido y tan bien en su vivienda, con la rebeca puesta y el cuerpo aflojado en el sillón de papá. Tal vez haya llamado al de la pizza o se esté comiendo un buen guiso de arroz, que es su plato preferido. Tal vez zapee, lea a mosén Ballarín o se haga un scrable con algún hijo suelto. Poco después de medianoche ya está durmiendo como un tronco feliz. Marta sigue allí, entre los gritos, el cementerio y el sarcoma de Kaposci. Ya no sabe cómo ponerse. Se acostará de madrugada, con un alka-seltzer para digerir la fantasía.
Triste, inexorable destino el de las mujeres. Hace años bastaba con que estuvieran hermosas. Cierto, era duro aguantar tantas horas la sonrisa: aún no se había inventado la silicona. Pero nada que ver con esto. Desde que se sabe que son las únicas que leen, que su rendimiento escolar es superior al del otro sexo, desde que los hombres descubrieron que las mujeres podían experimentar en vivo algunas formas ineludibles de la cultura, descubrieron la bicoca. "Ve tú", dice el presidente, cualquier presidente de cualquier presidencia. Y ellas van, provistas de su resignación legendaria, de su paciencia infinita, de su innata capacidad para vivir en estéreo, y pensar en otra cosa mientras en el escenario, o en el museo o en el auditorio, están largando el rollo inmenso.
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