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El Rayo consiente que le empaten

El Oviedo se valió del conformismo local para salvar dos puntos a última hora

Llegó crecido por los buenos resultados, se gustó en unos cuantos lances, dejó dos goles de lujo y tuvo vencido al Oviedo. Todo eso hizo el Rayo en el primer tiempo. Luego, en la segunda mitad, se suicidó de forma incomprensible: se tiró atrás de mala manera, permitió que el rival se fuera levantando y acabó por aceptar el empate. En realidad, el Rayo volvió a hacer lo de todos los días: atraer hacia su portería al adversario y tratar de liquidarlo después al contragolpe. Esta vez no le funcionó. Los comportamientos ventajistas a, veces se vuelven contra uno.Y lo curioso es que lo que le sucedió al Rayo se vela venir. Todo el mundo se lo temía. No en vano, durante esa segunda parte en la que el grupo rayista se escondió atrás, Vallecas se llenó de brazos que trataban de empujarlo hacia adelante. Movían los brazos los aficionados. Movía los suyos Paquito. Y hasta los movían los propios jugadores: Ezequiel, Guilherme, Cortijo, Barla... Pero nada, el Rayo no se iba para arriba ni por ésas. Todos parecían estar de acuerdo en que lo mejor era subir, pero misteriosamente nadie daba un paso adelante. Y así, al final, los méritos de la primera fase acabaron .directamente en la basura.

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De salida, aunque se concedió algunos lances de buen gusto, el Rayo tiró fundamentalmente de sangre. De sangre y de contragolpe, que, la verdad, lo borda. Dos toques, tres, cuatro todo lo más... y tienen los de Vallecas todo montado para desarmar al rival. Por ahí, Guilherme resulta un pieza esencial: está el brasileño en estado de gracia, pletórico de potencia y decisión. Ayer volvió a marcar -aunque recibió la colaboración de Mora, que dio una clase de cómo no se debe defender un mano a mano- y a dibujar media docena de buenas acciones. Una de ellas, una vaselina con la que intentó sorprender, para enmarcar.El Oviedo,mientras, propuso un fútbol de toque. Situó la presión muy arriba y trató de tener a pelota. Ambas cuestiones le salieron. Su problema, por entonces se llamó, un poco Dubovsky y otro poco Onopko. Jugaron con tal indolencia ambos que su calidad pasó prácticamente inadvertida. El eslovaco apenas desequilibró arriba y el ruso no agilizó la circulación por el medio campo.

El gol de Oli, un delantero. que, mide como pocos los tiros de larga distancia, no cambió el color de ese primer tramo. Y poco antes del descanso, Ezequiel Castillo sacó una jugada ejemplar de donde no había nada: en vez de volver la cara ante un despeje del rival, fue a pelear el balón. Lo capturó de espaldas al marco, y con una especia de media chilena lo mandó a la red.

El partido se ponía del todo franjirrojo. Y entonces, nada más asomar la cabeza tras el descanso, el Rayo se rindió. Se tiró atrás, le entregó el balón al Oviedo y esperó tranquilamente a que llegara el empate.

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