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No apto para menores

Ocho parejas de ancianos constituyen toda la población de Navarredonda en invierno

Vicente González Olaya

En Navarredonda hace más de veinte años que no hay niños en las calles.Por eso, el colegio municipal tuvo que ser convertido en un centro cultural. Allí pasan sus horas de asueto las únicas ocho parejas de ancianos que habitan en invierno en este municipio. "Hacemos belenes, ganchillo, recibimos clases, preparamos fiestas y cosas así", explican los septuagenarios.Para colmo, el único joven que aún queda en Navarredonda, Miguel González, de 33 años, está a punto de casarse y de trasladarse definitivamente a vivir a Buitrago de Lozoya (1.400 habitantes y a unos quince kilómetros de Navarredonda). "Entonces estaremos completamente solos", reconocen los ancianos.Sin embargo, los sábados todo cambia. Ese día, el pueblo se convierte en una fiesta porque los hijos de los ancianos vuelven a pasar el fin de semana. Juana Martín, de 72 años, y madre del alcalde, José María Fernández, de 32 años, prepara todo para dar de comer a su hijo, a su nuera y a sus dos nietos, que residen en Madrid. "Bueno, no siempre les preparo la comida", dice, "porque a veces se van a su casa -tienen una aquí- y no comen conmigo", relataba algo entristecida. Pedro González, de 81 años, levantó hace algunos años una gran casa para "cuando viniesen los hijos a pasar unos días". Mientras tanto, González pasa sus horas cultivando un huerto con patatas, tomates, judías y coles. "Luego, cuando vienen, se llevan todo lo que he cultivado, porque en Madrid los productos de huerta están muy caros. Y yo se los doy encantado", señala.Como en Navarredonda no existe farmacia, los ancianos guardan en un buzón del consultorio local las recetas que una doctora que visita todos los días el pueblo va firmando. Luego viene el farmacéutico de Gargantilla [225 habitantes y a ocho kilómetros de distancia] y recoge las recetas. Por la tarde nos trae las medicinas", explica Antonia Municio, de 67 años."También tenemos una furgoneta de la Comunidad que nos lleva a Buitrago cuando tenemos que hacer alguna compra", comenta Alejandra, de 62 años. "Sólo tiene un problema: nos recoge a las diez de la mañana y a las doce y media tiene que estar de vuelta. Tienes que hacer las compras a toda prisa y ya no estamos para esos trotes", añade.El despoblamiento de Navarredonda empezó en los años sesenta. Los jóvenes se fueron marchando a Madrid a la búsqueda de mejores expectativas. "Muchos no volvieron nunca. Lo curioso es que, cuando se mueren, sus hijos nos traen los cuerpos para que los enterremos en el cementerio. Menos mal que los pocos que quedamos aquí vivimos mucho, porque ya queda poco sitio para tantos que quieren descansar aquí", dicen con una sonrisa.

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Sobre la firma

Vicente González Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.

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