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Siglo y medio sin dolor

La anestesia, un hallazgo básico de la medicina, cumple sus primeros 150 años

El 16 de octubre de 1846, el joven Gilbert Abbott, impresor de periódicos, se despertó en el hospital General de Massachusetts, tras serle extirpado un tumor en la mandíbula, y dejó atónita a la concurrencia al constatar que no sentía dolor, sino sólo, dijo, algo así como si con una azada le rascaran el cuello. Por vez primera había funcionado, en una demostración pública de media hora, la anestesia. Un hallazgo, básico para la medicina, que ayer cumplió su 150º aniversario. El padre de la anestesia fue William T. T. Morton, dentista sin formación académica, en colaboración con el doctor John Collins Warren. La noche antes de operar a Abbott, Morton había estado en vela probando su inhalador de éter, una esfera de cristal que contenía una esponja empapada en esa sustancia.Tanto el doctor Warren como la audiencia, compuesta de estudiantes y profesores, no podían por menos de recordar un día de enero del año anterior, cuando un dentista de Hanford, Horace Wells, ayudado por Morton, intentó una demostración similar, pero con gas hilarante (óxido de nitrógeno) en vez de éter. El experimento acabó con el paciente aullando de dolor no bien Wells tiró de uno de sus dientes. El aula se vació al grito de: "¡Superchería!".De ahí que, en octubre de 1846, Warren pudo cantar victoria: "Caballeros, no es superchería". Y Morton pasó a la historia como el primer hombre en derrotar el dolor.Había efectuado muchos experimentos con éter en pollos, peces, perros y en sí mismo en su granja, y antes de presentarse en el hospital, quitó varias piezas dentales a pacientes más o menos anestesiados.Miles de años atrás, en la India o Grecia, se usaban drogas para la cirugía, y a lo largo de los siglos hubo todo tipo de intentos de mitigar el dolor. Pero en vano hasta ese día de 1846. Por ello, las noticias de la demostración de Morton se expandieron con asombrosa presteza a través de aquel mundo pre-Internet. Sólo 48 horas después de saberse en diciembre el éxito de Morton y Warren, cirujanos británicos operaban con éter a un paciente. En 1847 hubo anestesia lo mismo en Viena, Moscú o La Habana que en Ciudad del Cabo, Sydney o Wellington.Pero en nuestros días subsiste la duda de si Morton fue el pionero. En marzo de 1842, el doctor Crawford Long, de Atlanta (Alabama), extirpó un tumor de cuello con anestesia. En los años siguientes hizo varias operaciones con el mismo método, pero no publicó nada hasta diciembre de 1849. El propio Wells, ya en 1844, había realizado docenas de intervenciones con óxido de nitrógeno. Y se menciona también a William. E. Clarke, un estudiante del Colegio Médico de Vermont (Virginia) que usó éter en 1842. Ello por no hablar del caso de Charles T. Jackson, profesor en la Harvard Medical Scholol- dinde Morton estudió para dentista sin graduarse- y que siempre reivindicó haber recomendado el uso del éter; tambien habría de insistir en que Samuel Morse le había robado la idea del telégrafo.El paciente Abbott tuvo una buena carrera como impresor y editor de dos diarios, y murió nueve años después, de tuberculosis, dos meses después de cumplir los 30 años.

La anestesia ha sido vista no sólo como un avance médico, sino también espiritual, por que, hasta su aparición, el dolor, en el mundo occidental y cristiano, se había considerado como algo bueno y natural. De hecho, muchos líderes religiosos trataron de oponerse a la anestesia aplicada a las parturientas so pretexto de que Dios había concedido a la mujer el don del sufrimiento al dar a luz. Sólo cuando la reina Victoria recibió cloroformo en el nacimiento del príncipe Leopoldo, en 1853, esa creencia se vino abajo.

Hoy la anestesia no vive días precisamente adormilados. El mes próximo comenzará a emplearse en los hospitales de Estados Unidos un poderoso analgésico que, en sólo minutos, se infiltra en la sangre y tejidos del paciente y le ahorra la resaca; y también en noviembre se pone a la venta el remifentanil, un medicamento que permite recobrarse más rápido de la anestesia, y especialmente útil en neurocirugía, donde es preciso comprobar velozmente el funcionamiento de nervios y músculos.

The New York Times.

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