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Tribuna
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Padres

Si las cuentas no me fallan, creo que sólo nos queda por parir la hija de Rocío Dúrcal y Júnior, si es que no está rompiendo aguas en el preciso momento de escribir estas líneas. A la vista del elenco alumbrador de que hemos sido testigos desde hace unas cuantas semanas, magnífica demostración de la inmutabilidad del ciclo de la vida -como cantarían los animalitos de El Rey León que le hicieron el coro a Elton John-, no me queda otra opción que reafirmarme, una vez más, en la aplastante superioridad con que en España se aborda el tema del posparto en comparación con el resto del mundo, o sea, el extranjero. Mientras que en Estados Unidos Madonna ha dejado que sea su médico -el eminente doctor Fleiss, padre de otra lumbrera, madame Heidi Fleiss, licenciada en relaciones púbicas por la Universidad de Hollywood- quien cuente cómo ha ido la cosa, en nuestra patria hemos inventado un subgénero nada desdeñable. Me refiero al padre portavoz posparto, especialidad en la que Antonio Banderas fue pionero tras el nacimiento de Stella del Carmen. Las, por otro lado, sobrias explicaciones de nuestro internacional actor han creado una escuela mucho menos admirable, y poco después tuvimos que aguantar que Carlos Orellana de Rosario enviara a todos los españoles el amor tan lindo que, según nos contó él, no dejaba de circular por la habitación en donde se hallaban madre e hija. No fue todo: días después, el benemérito Antonio David compareció gratis ante los medios para informarnos de que había presenciado el parto junto a su suegra, Rocío Jurado, sintiendo lo mismo que ella, y a la vez. Hago votos para que no se pierda semejante iniciativa. No, al menos, hasta que el nuevo matrimonio de Álvarez Cascos dé su fruto y él nos lo pueda contar con su habitual gracejo.

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