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Reportaje:

Enseñaza entre dos guerras

Una antigua alumna y profesora evoca los cien años del Colegio Alemán

En los sueños de África Díaz de Villegas todavía se cuela fräulein (señorita) Holmes, una histriónica profesora que hace más de medio siglo le contaba el cuento de Caperucita Roja en alemán (Rottkäppchen) mientras ella la escuchaba entre aterrorizada y entusiasmada. Esto sucedía en 1940, en el Colegio Alemán de primaria, que estaba en la madrileña calle de Rafael Calvo. Un lustro más tarde, el 8 de mayo de 1945, cuando África, que ya tenía 14 años, llegó como todas las mañanas al edificio de la calle de Fortuny donde cursaba el bachillerato -la actual sede del Instituto Goethe-, se topó con unos policías que le impedían el paso. La joven todavía no se había enterado de que Alemania acababa de perder la guerra y que el Gobierno de Franco, presionado por los aliados, se había visto obligado a precintar y embargar los bienes ale: manes. Este año no pudo terminar el curso, ni siquiera entrar al aula para recoger sus cosas personales.Esta institución -que en estos días conmemora su centenario- había abierto sus puertas en Madrid el 28 de septiembre de 1896 gracias al empeño de un pastor protestante llamado Fliedner y al apoyo de la Embajada alemana. Un edificio de la Carrera de San Jerónimo -el mismo donde vivía Sagasta- albergó la primera escuela, que se creó para acoger a los hijos de la colonia germana, formada por unas trescientas personas a finales del pasado siglo. Las relaciones entre España y Alemania eran tan cordiales que el 4 de mayo de aquel mismo año el emperador germano Guillermo II desfiló en la capital, en una procesión formada por 750 sacerdotes y militares de alto rango, para rogar por la caída de la lluvia que remediase la persistente sequía de entonces.

La escuela pronto alcanzó un gran prestigio por su eficaz método de enseñanza. Allí estudiaban además de los niños alemanes, los hijos de las más importantes familias españolas, incluidos los de muchos senadores y ministros reublicanos. En 1940, cuando Africa ingresó como alumna, comenzaba la etapa más negra de su historia. La segunda gran guerra europea no había hecho más que comenzar y el colegio se identifica totalmente con la ideología nacionalsocialista y expulsa a los judíos de sus aulas. "La situación política era muy tensa en ambos países, porque además aquí estábamos en plena posguerra. Pero en el colegio no se comentaba absolutamente nada de esto y los niños de antes éramos mucho más ingenuos que los de ahora. Sólo sabíamos que Alemania estaba en guerra pero no éramos conscientes de las consecuencias. Notábamos, eso sí, que los profesores estaban muy poco tiempo. Los llamaban al frente y ya no regresaban", evoca África, "una señorita muy baja, delgadita y con muchos tacones" -tal como la definió un alumno-, que este año acaba de jubilarse como profesora también del Colegio Alemán.De aquella época recuerda la férrea disciplina a que estaban sometidos los alumnos, la pastilla de vitaminas que diariamente tomaban para compensar la mala alimentación de la posguerra española o como a los alumnos alemanes se les daba además un suplemento de chocolate. "Nos ponían en fila, en una auténtica fila, y si alguien se portaba mal era castigado. A mí no me costó adaptarme. Mi padre era militar y germanófilo, y mi madre había tenido tambien una fräulein así que yo estaba más que acostumbrada a la disciplina. Para mí fueron unos años muy felices y recibí una formación estupenda. El día que cerró el colegio en 1945 llegué llorando a casa. En mi ingenuidad, le suplicaba a mi padre que hablara con Carrero Blanco o con Franco para que lo abrieran. Yo le tenía pánico a los colegios de monjas y al año siguiente, como mal menor, me llevaron a las teresianas".

En 1949 el colegio alemán adopta el nombre de Ideal y comienzan las clases de nuevo. Se enseña ba el idioma, pero los planes de estudio eran españoles. Más tarde lo bautizan como San Miguel -nombre oficial hasta 1975- y poco a poco recupera la normalidad. "Algunas profesoras alemanas se quedaron en Madrid y contaron con el apoyo de las familias españoles", cuenta. "Volver a su país, dada la situación, era terrible. Nosotros ayudamos a una de ellas. Venía a casa a darnos clase a mi hermana pequeña y a mí, y se quedaba a cenar. En verano pasaba el mes de vaca ciones en nuestra casa de San tander".

Cuando se licenció en Filología Germánica, en 1956, África, casada con un funcionario y madre de dos hijos, comenzó a dar clases en esta institución, que no ha abandonado hasta su retiro el pasado mes de septiembre. Enumera con orgullo una larga lista de alumnos que han pasado por su clase, y que hoy son prestigiosos músicos, pintores, científicos, académicos o catedráticos de universidad.

"Alemañón"

En la actualidad, en el Colegio Alemán, situado en Concha Espina, estudian 1.518 alumnos: 580 cuya lengua materna es la alemana; 865, española, y 28 de otras nacionalidades. El 48% del profesorado -110 enseñantes en total- es alemán y sólo permanecen en España cuatro años para evitar los vicios lingüísticos, lo que ellos llaman el alemañón.Los planes de estudio los supervisa el Ministerio de Educación alemán, que aporta una subvención de seis millones de marcos. Para ser un colegio privado, no es caro. La matrícula cuesta 50.000 pesetas y mensualmente hay que abonar una media de 30.000 pesetas. Pero entrar es difícil. Se exige ya en el kindergarten (guardería) que los pequeños sepan el suficiente alemán como para entenderse jugando. Cuando terminan el bachillerato los jóvenes dominan ya cuatro idiomas, además del castellano y el alemán, el inglés y el francés. Muchos de ellos ocupan después puestos directivos en las multinacionales alemanas instaladas en España.

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