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Tribuna
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Pómulos de madera

Su nombre es Rivaldo, se mueve con la cadencia elástica de un tigrillo, y su fútbol tiene los poderes del chamán. Por sus trabajos le conocemos. Empezó a jugar casi cuando nació, pero fue en sus años del Palmeiras cuando le vimos aparecer por sorpresa en las brumas del área, perdido entre Roberto Carlos, Edmundo, Amaral, Evair, Zinho y otros animales sagrados de la fauna brasileña.Ya entonces el joven Rivaldo era la visión animada del hermetismo. Conforme su carrera avanzaba, iba convirtiéndose en una especie de figura durmiente que sólo despertaba al contacto de la pelota. Su metamorfosis respondía siempre a un mismo protocolo. Al principio de la maniobra parecía un árbol seco. Luego tomaba poco a poco un misterioso aire de máscara ceremonial. Su corteza se abría, dividía y articulaba en fibras, nudos y rótulas; su expresión vegetal se encendía por un momento a la altura de los ojos, y de pronto, flor de macumba, cuando queríamos darnos cuenta había sacado un gol imposible de la vuelta del calcetín.

De esta manera, entre sobresalto y sobresalto, empezábamos a comprenderle. No había duda: bajo aquella apariencia sigilosa y aquel porte de sonámbulo se escondía el último futbolista crepuscular. Un silencioso mago del balón sólo explicable, como Sócrates y Tostao, a la luz de las antiguas fogatas de la santería.

Por una inclinación personal fácilmente comprensible, llegó al fútbol español sin ruido. Oculto por los traspasos de Ronaldo, Roberto Carlos, Finidi , Seedorf`, Romario, Mijatovic, Alfonso, Giovanni, Karpin, Suker y los otros notables del circuito profesional, pudo escurrir el bulto tal como solía hacerlo en el campo desde que se ganaba la vida como jugador.

Sin embargo ha tardado muy poco en reaparecer a su tamaño real. Fiel a su costumbre ha vuelto a infiltrarse entre líneas, y a demostrar que el talento no puede ocultarse tras una pizarra. Ha elegido de nuevo esa posición ambigua en la que seguir el guión del entrenador no es suficiente. Como casi todos los grandes, él prefiere la responsabilidad de interpertar el juego y de elegir el camino que conduce a la única salida. Así, indistintamente le vemos escapar por pasillos, carriles, diagonales y otros atajos de la cancha. Pero si la calle no existe, llega él y se la inventa.

Como dijo el escritor Gonzalo Suárez, es capaz de conducir el coche y de soñar la carretera.

Rivaldo.

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