Tertulias
La confusión de géneros contribuyó a apartar del poder a los socialistas. Durante la larga agonía de la última legislatura anduvieron con el oído pegado a las tertulias de la radio, confundiendo, de forma muy lamentable, la opinión publicada con la opinión vociferada. Ignoraron que frente a las tertulias el oyente se sitúa en una actitud próxima al consumidor de novelas: suscribiendo con el autor un pacto de simple verosimilitud transitoria, que acaba cuando el libro se cierra. La sensación psicológica de estar absolutamente cercados por una alambrada eléctrica de palabras contribuyó muy mucho a su derrota. A pesar de todo, perdieron por sólo 300.000 votos, prueba de que las tertulias pertenecen, como es evidente y lógico y deseable, al reino de la imaginación. La semana pasada, el señor Enrique Lacalle llamó por teléfono para informarme que su apelación a la extinción de la vida de los vidalquadristas se había producido durante una tertulia radiofónica y que había que tener eso muy en cuenta a la hora de juzgarlo. Tiene razón. La tertulia tiene jurisdicción propia. Desde tiempos remotos, allí se asesina sin sangre. Como en los títeres, las metáforas gotean mercromina. Es el reino feliz de la irresponsabilidad y de la belleza inane. El lugar idóneo, Pombo o cualquiera, para que se levante un Ramón, diga con voz de flauta: "La nata es la mejilla de la leche", un ¡oh! asombrado haga tintinear las cucharillas y el camarero, en vez de "¡Bote, gracias!", clame: "¡Greguería!". La confusión de géneros trae muchos problemas. Es lo mismo que Le Monde censurando con toda seriedad las memorias de B.B. -al fin el animal más bello del mundo-, como si B.B hubiera escrito un libro. Ahora, los socialistas desembarcados en el foro tertuliano, anuncian "unas tertulias responsables". Siguen empeñados en la veracidad del género. Y creyendo que su pase a la oposición es mera literatura imaginativa.
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