La República
Un comunista no puede hacer de la República el mismo uso que la derecha hace del golpe de Estado si no quiere caer en posiciones simétricas que confirmen aquello de que los extremos se tocan. Un líder de izquierdas no debe sacar la República del armario para salvar el orden constitucional como otros sacan la pistola del cajón para preservar el orden a secas. La República es un horizonte moral hacia el que hay que tender sin aspavientos, con la naturalidad con que los vegetales buscan la luz del sol. Si Anguita la había guardado en el trastero para lanzarla a la calle con el mismo espíritu redentor con que otros lanzan los tanques, es porque cree más en los tanques que en la República, y eso no está bien. Tan malo es ser republicano de mitin como comunista de salón.
De hecho, ha conseguido ser calificado de radical, en el mal sentido de la palabra, hasta por los de su propio grupo, cuando todos, sabemos que los extremistas están hoy refugiados en el centro. Extremista es el que mata o manda hacerlo des de un despacho, el que roba desde las instituciones apelando a las horas extras que dedica a su función, el que compra joyas a las mujeres de sus subordinados para compensar las de las ausencias de éstos y el que oculta las pruebas de los crímenes que prometió entregar a la justicia. Los votantes de Izquierda Unida no han matado una mosca; no se han corrompido desde las poltronas que no tienen; no distinguen una esmeralda de un rubí, ni un rubí de un diamante. Sería difícil dar en la actualidad con un grupo social más moderado y por tanto menos extremista que el representado por la militancia de esa coalición. Un colectivo, en fin, que no se merece los insultos que esta semana se ha ganado a pulso su líder. Y todo por ponerse la República en la sobaquera, que es donde otros llevan la pistola.
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