Con azúcar sabe peor.
Tras entrevistarse anteayer en Madrid con Ángel Acebes coordinador general del PP, Aleix Vidal-Quadras continúa deshojando la margarita de su futuro político; las dificultades casi insuperables para revalidar su mandato como presidente del PP en Cataluña, provocadas por las referencias críticas al nacionalismo catalán incluidas en su ya célebre conferencia del pasado agosto en Santander, muestran la universalidad de los métodos aplicados por las direcciones de los partidos -cualquiera que sea su ideología- para mantener la disciplina interna y recortar la libertad de expresión de los militantes críticos con la línea oficial.Dado que los comunistas trajeron las gallinas a la hora de perseguir a los disidentes, los análisis de los sovietólogos (un gremio suprimido por, la historia) y de los estudiosos de la III Internacional (entretenidos últimamente con la parábola de Julio Anguita en torno a las dos orillas) sobre las formas de heterodoxia y las maneras de combatirla pueden ofrecer útiles enseñanzas a los restantes partidos. Los militantes resueltos a revisar los aspectos de carácter ideológico o programático superados por las transformaciones sociales formaban la variante más frecuente de la disidencia comunista; los dirigentes de la organización, provistos del monopolio de fijar el canon, se ocupaban de proteger la ortodoxia mediante la expulsión de los réprobos. Pero también podía ocurrir que esas revisiones doctrinales o estratégicas fuesen obra del máximo líder del partido; en tal caso, los desviacionistas serían los militantes empeñados en seguir recto a lo largo del camino después de que sus jefes hubiesen torcido a la derecha o a la izquierda. El caso Vidal-Quadras pertenece a la variante de heterodoxia que consiste en mantener a destiempo la fidelidad a una ortodoxia todavía sagrada la víspera: en Santander el presidente del PP catalán se limitó a reiterar las, críticas a la ideología nacionalista habituales hasta pocos meses antes en los discursos e intervenciones públicas de todos los dirigentes populares. Ni siquiera la cúpula del PP oculta que ese revisionismo doctrinal respecto al nacionalismo catalán habla el lenguaje oportunista del poder: tras las elecciones del 3-M el apoyo de CiU a la investidura presidencial de Aznar y la promesa de respaldo, parlamentario a la estabilidad de su Gobierno han tornado las feroces lanzas de la anterior legislatura en amables cañas. La falta de cintura de Vidal-Quadras para cambiar el rumbo y virar a tiempo le han convertido en un incómodo testigo del pragmatismo rampante del PP y de su escaso aprecio por el valor de las ideas y la solidez de los principios.
Como enseña - la historia de los partidos, los, caídos en desgracia suelen ser abandonados por la gran mayoría de sus amigos políticos; al igual que los apestados recluidos en lazaretos para evitar el contagio, los militantes heterodoxos son relegados al aislamiento por quienes temen ser vistos en su peligrosa compañía. Aleix Vidal-Quadras esta ráya escuchando o leyendo los argumentos fabricados por sus antiguos apologistas para justificar abandonos y regatear solidaridades. Los émulos de Trotski le dirán que más vale equivocarse con el partido que acertar fuera de su seno; otros buscadores de coartadas le reprocharán que su posición hace el juego al PSOE y le exhortarán a lavar la ropa sucia dentro de casa. La brillante carrera universitaria de Vidal-Quadras facilitará la tarea a quienes recurran a otro conocido estereotipo con el fin de defenestrarle compasivamente: la blanda incapacidad del intelectual, fiel a la ética de las convicciones y encerrado en su torre de marfil para ejercer el duro oficio del político, pegado al terreno y guiado por la ética de las responsabilidades. Esas voces suasorias le invitarán a moderar las formas, a flexibilizar su táctica y a cantar una palinodia que le permita seguir en la carrera. La humillación política es una medicina siempre dura de tragar: es probable, sin embargo, que con ese tipo de azúcar sepa todavía peor.
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