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FÚTBOL / PRETEMPORADA

El Athletic aplasta a la Real

Los bilbaínos golean en el 'derby' con un fútbol más cuidado que otros años

Santiago Segurola

Con la botella de champán en una mano y el frasquito de coramina en la otra, la hinchada del Athletic saludó con júbilo la goleada de su equipo al vecino de enfrente. Con un juego vigoroso, pero bastante elaborado, el equipo bilbaíno ofreció mejoras sustanciales sobre aquella cosa que practicaba la temporada anterior. A la gente, que anda escasa de satisfacciones, el resultado le supo a gloria. Y eso de que la Real fuera la víctima aumentó el entusiasmo de la gente, que hizo la ola, el pino y lo que hiciera falta, mientras exigía ruidosamente el beste bat (uno más) después de cada gol. Ya se sabe, los vecinos y sus rencillas.Los tres primeros goles vinieron entromba, enjugadas supersónicas, protagonizadas en primera instancia por Julen Guerrero, que desde la media punta produjo tres pases espléndidos por detrás de la línea defensiva. El tercero, en el gol de Etxebarria, fue sensacional, a un toque, con el ribete de la bota. Al Athletic le resulta muy conveniente que Guerrero se anime a participar en el juego, porque le abre variantes al equipo y al jugador, que estaba a un paso de limitarse a la condición de llegador.

El Athletic jugó bien con la pelota, una novedad en un equipo que había mandado el balón a la clandestinidad. Se vieron suertes olvidadadas desde la época de Heynckes, como las paredes y el toque paciente. Todo muy celebrado por el público, que distingue perfectamente el buen juego del malo. El público ve un buen regate y lo aplaude. Ve una pared exquisita y se pone de pie. Y si ve el pase de Guerrero en el tercer gol, tira los sombreros.

El notable fútbol del Athletic se descompensaba por su azarosa tendencia a tirar el fuera de juego. La defensa lo hizo con un desenfado temerario, o sea, sin criterio. Le tiraban el fuera de juego a cualquier jugada, y por ahí se dejó ver la falta de categoría de jugadores como Estibariz, en evidencia demasiadas veces. Los aficionados asistieron entre sofocos a las extravagancias de sus defensores, hasta que llegó la riada de goles y ya sólo hubo una preocupación: celebrar la fiesta.

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