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España escaló la pirámide

El arrojo de Duishebáiev fue vital para entrar en semifinales

Leontxo García

HOMBRES El balonmano español superó ayer una doble pirámide; la de Egipto, 6ª en el último Mundial y sorprendente verdugo de Alemania en Atlanta, y la del 5º puesto en torneos de élite. Con el coraje y el talento de Talant Duishebáiev como principal valor, la selección de Juan de Dios Román se enfrentará mañana en las semifinales al vencedor del encuentro Suecia-Croacia. Rusia, campeona de Europa, cayó ante ambas.El corazón pudo más que la cabeza en los dos equipos, cuyos entrenadores acertaron en los pronósticos. "Egipto tiene calidad y una fuerza física impresionante tras preparar los Juegos durante 10 meses", había dicho Román. "Será un partido a cara de perro. Mi sueño es clasificar a Egipto para semifinales", señalaba el nómada Javier García Cuesta, que ha logrado estar en cuatro Juegos Olímpicos como jugador o entrenador.

Pronto se vio que ese sueño era factible por la potencia de Egipto. Enfrente, España parecía tan mentalizada como en el reciente Europeo; sin embargo, faltaban dos cosas: el apoyo del público de Ciudad Real y la frescura física.

Ante el planteamiento defensivo de García Cuesta, un 4-2 presionante y un hombre fijo sobre Duishebáiev, había que potenciar al máximo las situaciones de uno contra uno, buscar el juego entre líneas y potenciar los contraataques. Lo primero se tradujo en tres penaltis que Urdiales transformó para lograr los tres primeros goles de España; para lo segundo, Román apostó por el especialista Raúl; y lo tercero se consiguió privando a Duishebáiev del descanso en el banquillo a la hora de defender, con el fin de acelerar la transición al ataque.

Pero algo no iba bien, y no sólo por culpa del impresionante artillero M. Solimán: un gol de Urdangarín fue el único de los ocho primeros que España obtuvo contra una defensa formada. Fallos tremendos en el remate y pérdidas de balón se unían a otros dos factores negativos: los árbitros eran muy estrictos con ambos equipos al determinar exclusiones de dos minutos, lo que favorecía el juego anárquico de los egipcios, y los disparos de Duishebáiev no tenían la eficacia habitual porque han sido muy estudiados en vídeo por sus rivales. España no consiguió un solo gol durante cuatro minutos de superioridad numérica.

Mostrando calidad a rachas, España se fue en los últimos siete minutos del primer tiempo (de 7-7 a 11-8) y el cañonero Garralda resucitó en el inicio de la segunda mitad. Como Egipto tampoco aprovechaba las exclusiones de sus adversarios, Román empezó a respirar tranquilo con el 15-11 a 20 minutos del final y el 18-14 a falta de 13. Pero volvieron las absurdas pérdidas de balón, que propiciaron un parcial de 0-3 para los africanos y un tiempo muerto de Román que no sirvió de nada: 19-19 y balón de Egipto cuando quedaban tres minutos.

A España le bastaba el empate pero la situación era caótica. La táctica, la técnica y la rapidez estaban eclipsadas por los nervios; la única virtud aplicable era la de saber ganar en el último minuto, como hizo España contra Alemania. Y entonces llegó Duishebáiev, nacido en Kirguizia, para romper el tópico de la frialdad asiática. Con el arrojo y la garra que se atribuye a los latinos, el central nacionalizado pidió el balón, vio un hueco a su derecha, se lanzó como un obús, metió un gol de oro y lo celebró como un torero. Al final, Román y García Cuesta olvidaron viejas rencillas y se dieron el abrazo de Atlanta. Uno superó la pirámide y el otro volverá a El Cairo con la cabeza muy alta.

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Sobre la firma

Leontxo García
Periodista especializado en ajedrez, en EL PAÍS desde 1985. Ha dado conferencias (y formado a más de 30.000 maestros en ajedrez educativo) en 30 países. Autor de 'Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas'. Consejero de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) para ajedrez educativo. Medalla al Mérito Deportivo del Gobierno de España (2011).

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