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Perder

Rosa Montero

A los demás no nos suele suceder en primer plano, ésa es la diferencia. Me refiero a perder. A decaer. A fracasar. Induráin ha tenido una caída apoteósica, desde el olimpo de la velocidad divina al triste esfuerzo del mortal que se rompe los muslos pedaleando sin avanzar apenas. Como en las pesadillas. Pero lo único que separa a Induráin del resto de la gente es su notoriedad. Porque, por lo demás, todos caemos.Antes o después todos perdemos la carrera, a todos nos arden los músculos del esfuerzo ímprobo por no quedar atrás. Un reto inútil: el fracaso forma parte indisoluble de la experiencia humana. Antes o después vendrán hombres y mujeres más rápidos que tú, más capaces. Salvo que mueras. súbitamente en plena juventud (y eso ya es fracaso suficiente), todo ser humano ha de asumir su decadencia.

Pero así es la vida, o, por mejor decir, eso es la vida. Existe una enfermedad congénita que incapacita a las personas para percibir el dolor físico, y los niños que padecen tal dolencia mueren temprano, porque, inadvertidamente, se queman, o se infectan, o se les necrosa un brazo por no cambiar de posición a tiempo. De modo que el dolor, incluso el casi siempre innecesario y abominable dolor fisico, resulta ser en última instancia una defensa del organismo, una herramienta necesaria para vivir. Pues bien, lo mismo sucede con la pérdida. Si no perdiéramos nada, ¿dónde estaríamos? En posición fetal, adultos reducidos a vegetales por miedo a dejar de ser el bebé que un día fuimos. Perder es crecer, caminar, cambiar, conquistar nuevos paisajes que a su vez perderemos. Y además es inevitable e irreversible, así es que conviene intentar asumirlo. Como lo ha hecho Induráin, con una serenidad y una grandeza aún- más asombrosas que esos músculos de hierro invencibles antaño.

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