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JUEGOS OLÍMPICOS

Un cuartel general

Àngels Piñol

"¡No toqueis la valla! Hay cables. La alarma se dispara". El grito asustó a la deportista española, que se había acercado hasta la reja para fumar a escondidas un cigarro mirando hacia la calle. El policía, de origen nipón, no quedó muy convencido y cada dos por tres asomó su cabeza para comprobar que su orden era atendida. El área de la Villa Olímpica donde residen los españoles está cercada por una alambrada de unos tres metros de altura y trufado de policías. Todos con uniformes diferentes: militares, policías locales, del Estado de Georgia y federales. Eso sin contar los múltiples agentes de la compañía privada de seguridad Boug-Warner.

No es fácil acceder al área roja donde viven los españoles. No sólo para los visitantes. El acceso al inmueble para los inquilinos está precedido por una pequeña carpa blanca donde los atletas deben mostrar su identificación y pasar un control de metales. Imposible dar el cambiazo: la acreditación debe ser cotejada con otra en la que están inscritas sus huellas dactilares, que se verifican colocando la mano sobre su soporte. El ACOG (Comité Olímpico de Atlanta), que se ha inspirado en el modelo de seguridad del 92, presumió de que no quería sacar los tanques como hizo Barcelona, pero lo cierto es que tampoco ha hecho mucho para disimular la vigilancia. Los policías están en las mismas entrañas de las viviendas de los atletas y es normal verlos por cualquier pasillo o controlando las plantas de los edificios. Tienen más suerte que los que permanecen en la calle, por todo el perímetro de la ciudad olímpica, sentados, a una distancia de 20 metros, bajo un sol de justicia. Las órdenes se cumplen a rajatabla. No demuestran mucha piedad: son capaces de hacer revisar durante una hora la parte baja de un camión que transportaba material olímpico español. Los atletas llevaban nueve horas de vuelo y cuatro esperando el equipaje.

Atlanta es una de las ciudades de Estados Unidos con mayor Índice de criminalidad. La ciudad ha sido barrida literalmente de homeless (sin casa) y está obsesionada con la posibilidad de sufrir un atentado. Estos Juegos disponen de 22.000 agentes, cifra similar a la de Barcelona, aunque muchos ellos son privados. La compañia Boug-Warner paga cada hora 8,5 dólares (unas 1.100 pesetas) y muchos de los incritos no tienen relación alguna con ese oficio.

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